viernes, 16 de noviembre de 2018

Para la Reforma Constitucional...

(publicado en mi muro de Facebook, el 29 de agosto de 2018)

Ayer, tropiezo con un colega en la esquina de la Biblioteca Nacional y muy rápidamente la conversación deriva hacia la Constitución: reuniones para opinar sobre ella, artículos en la prensa escrita, breves reportajes en la televisión. Ha hecho sus análisis –meticulosos, poco menos que valiéndose de una distribución por tablas- y establecido comparaciones, pero no deja de anotar que la clave de todo proceso como este de ahora se encuentra en la movilización ciudadana… sólo que nota más indiferencia que electricidad y pasión. Por mi parte, dado que prefiero el estremecimiento antes que el orden, siento que faltan el intercambio de opiniones encontradas (sobre todo encontradas), la descarga erudita, la puesta de argumentos sobre la mesa, el calor de los debates en la calle. Y no es sólo una ausencia, sino una confusión porque los medios nacionales repiten la palabra “debate” para referirse a un proceso donde no se discute, sino donde la mesa debe precisar detalles, aclarar dudas y recoger opiniones.

Puede que no sea un observador atendible, más el único punto sobre el cual he percibido atención profunda es el correspondiente al matrimonio igualitario y a la posibilidad de que parejas del mismo sexo puedan adoptar (esto último por encima de cualquiera otra cosa). No hablo de la cantidad de reuniones realizadas ni de las opiniones interesantes e inteligentes que estoy convencido de que han de estar ofreciendo numerosas personas, sino de la pasión, de la fiebre en el barrio, la guagua, el trabajo, la bodega, la escuela… como la que se arma en el país cuando hay un gran juego de pelota. Y si esto no ocurre antes de que concluya el período de reuniones, entonces la Constitución nacerá con mucha menos fuerza que el potencial organizador y transformador que –en el lugar que sea- le toca demostrar. De hecho, lo que no hay -ni a nivel popular, ni en los medios-, o no se ha querido, sabido o podido organizar o, simplemente, no se ha dado, es exactamente debate. Como mismo un documento rector de tanta magnitud arrastra a la totalidad de un país, sus instituciones y ciudadanos, la ausencia de fervor y la indiferencia no pueden sino ser equivalentes a una paradójica, extraña y silenciosa abstención. Es así que elegiría la discusión pública (tanto, y preferiblemente, antes y después de que termina la “reunión”), los juicios encontrados, el desmenuzar los pros y contras de un tema.
Según entiendo, puesto que una Constitución es sometida a prueba de aceptación o rechazo, resulta una especie de acuerdo por mayorías que establece regulaciones y marcos de cumplimiento general obligatorio que abarcan lo permisible, lo que se niega (o castiga) y también aquello que –en el largo período de tiempo para el cual las constituciones son concebidas- va a resultar posible. Permitido, negado, posible implican que hay una conexión directa y visceral entre el documento y los sueños, entre la realidad y el desarrollo político-económico-social-cultural, entre los individuos y todo cuanto van a poder esperar, anhelar, desear, recibir, ver, tener a lo largo y dentro de sus vidas y las de sus descendientes, familiares, amigos, vecinos, etc. Pero también la Constitución es un homenaje y un llamado a la intervención “viva” de los sujetos que hicieron la memoria histórica del país, una ejecución de las tradiciones políticas, sociales y culturales que condujeron a la forma presente del país que se trate. Finalmente, junto con lo ya dicho, igualmente es la expresión concentrada del compromiso del proyecto político (como estructura del encuadre ideológico) y del poder concreto (de las personas que administran y dirigen la nación y el proyecto) para con la ciudadanía, la gente, el pueblo en cuestión. Por todo ello en las páginas de una Constitución es posible leer tanto la historia como la condición presente y los caminos futuros de un país.

Como soy tonto, o porque me aburro, llevo días leyendo constituciones de otras naciones del mundo (casi 30 hasta hoy) y he ido señalando lo mismo artículos que me gustan, tal y como están redactados, que algo que se me ocurre llamar “ángulos de ataque” para la elaboración de una idea o concepto que será sometida a referendo. Claro que, en paralelo, leí y llené de pequeños comentarios al margen mi ejemplar del Anteproyecto de Constitución cubano; entonces, además de las cosas que pueda analizar del anteproyecto nuestro, me ha gustado sobremanera leer en otros modelos propuestas, precisiones, llamados de atención o énfasis que hubiera deseado que estuviesen en el mío. Es más que posible que muchas de estas ideas que aplaudo, tomadas de constituciones de otros lares, no sean otra cosa que enunciados de escasa aplicación, conseguidos o surgidos a la manera de pactos y negociaciones entre contendientes, en las interminables y tortuosas batallas de facciones que atraviesan y dan vida a las democracias representativas. Bien puede que se trate de simples o complejas pantallas diseñadas y armadas para cubrir vacíos y manipular opiniones, pero la cercanía entre los estamentos del poder que sean y la ciudadanía en su nivel más desnudo o elemental, no es un hecho dependiente de las acciones del poder (bondad, sacrificio, entrega, lealtad en el acto de representación, etc.), sino el resultado de una combinación de voluntades entre el poder como tal y ese sector –enorme y caldeado- que es la sociedad civil. Es cosa de sinergia, justicia y energía.

Una constitución necesita ser creada y hecha por una masa activa que no esté integrada por esa unidad sin verdadera voz que es “la gente”, sino por ciudadanos en un estado de participación continua, cada vez más radical y profunda. Así la estructura política o contenedor es tensionada, estirada por sus junturas, interrogada en cuanto a lo que nos dice acerca del futuro que nos espera, a propósito de cuáles ilusiones vamos a poder tener o no, obligada a crecer(se) y dar (una y otra vez) más de sí a cada nueva consulta. La vocación de ordenar, concomitante a todo poder, es sólo una parte de lo que una Constitución es; a esto hay que sumar el contenido proyectivo, el futuro latente en lo que contienen o prometen las palabras del texto.

La pregunta, refractada en diminutas inquietudes y condicionantes, es cuál Constitución puede tener (y desde cuáles puntos de vista) un país como Cuba: pequeño, isla, subdesarrollado, socialista, independiente, soberano, en relación de hostilidad con la nación más poderosa de la historia humana (en términos militares, económicos, de industriales cultural y entramado comunicacional), con una población de 11 millones en el territorio nacional y casi millón y medio afuera de él. Estas, entre otras muchas.

¿Cuál es ese “futuro latente” y cómo llegar hasta él?

Primero, aspiro a que sea mejor, en toda manifestación, que nuestro presente.

Segundo, comparto artículos de varias constituciones (una veintena) que me han parecido interesantes para, teniéndolos en cuenta y aprendiendo de otros, mejorar los nuestros o hacer inclusiones de aspectos que no fueron pensados en la forma y alcance con los que aparecen aquí.

Caramba, son muchas, muchas las personas con las que me hubiera gustado hablar acerca de todo este proceso y con las cuales, los motivos son diversos, la comunicación se perdió o cambió; pero, sobre todo, ¡cómo me hubiera gustado conversarlo (discutir) con esos ausentes ilustres que son Desiderio (Navarro) y Fernando (Martínez)!)
29 de agosto

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