miércoles, 26 de junio de 2019

Nicanor en sus quince (y los de Eduardo)

Nicanor en sus quince (y los de Eduardo)

No tengo Superman,
tengo a Elpidio Valdés…
Carlos Varela,

Muy pocos artistas alcanzan a unir extremos del tiempo como hizo
Carlos Varela en su más que célebre canción Memorias. La pareja de
versos funde numerosos niveles de historia y significación radicalmente
opuestos tanto en un esquema de comunicación general como en lo que
atañe a las particulares relaciones entre los países de donde proceden
los símbolos; es decir, son tanto parte de una tortuosa deriva íntima
como de un gran devenir global. Así, mientras que Superman encarna el
polo del dominio, la violencia de Estado y la avaricia, Elpidio Valdés
encarna los sueños de justicia e independencia de un pequeño país en
busca de su libertad verdadera.

A partir de esta estructura dialéctica, donde la relevancia del
personaje es dada por la acumulación de virtudes y en conexión directa
al discurso político del socialismo cubano, Elpidio Valdés multiplica su
presencia mediática para constituirse en reconocido héroe nacional,
incluso más allá de las generaciones. El personaje es un héroe de todos,
nos representa. Contrario a ello, desde su primera aparición (como
protagonista de "El beso y el plan", cuento no llevado a la pantalla) la
construcción del personaje Nicanor tiene su fundamento en la
sustracción; de hecho, no hay en él característica o virtud alguna que
lo distinga del resto de sus conciudadanos, sino que es exactamente su
condición de individuo promedio lo que hace que lo elijan para
representar a la isla.

En el cuento, Nicanor debe de sostener un encuentro amoroso con una
inglesa liberal que –para mandar un mensaje de paz al mundo- se lanza a
una larguísima gira por todos los países y en cada uno de ellos hace el
amor con un nacional del lugar. Dentro de este fascinante argumento, a
Nicanor le corresponde dar lo mejor de sí, pero cuidando de no caer en
excesos ni cortedades que dañen la imagen internacional del país.

A partir de aquí lo hemos visto en las más desopilantes de las
situaciones imaginables: cuando par de agentes de la Seguridad del
Estado fueron a informarle que habían venido a ponerle micrófonos en la
casa (Monte Rouge); cuando las miserias de la cotidianeidad cubana
dieron al traste con la ilusión de una sexualidad no normativa y
"moderna" (High Tech); cuando defender una posición en el espacio
público-político de una asamblea en el centro de trabajo es equivalente
a un espectáculo (Intermezzo); cuando una supuesta familia enseña la
profunda grieta interna que la divide a propósito del pasado capitalista
y el presente socialista del país (Homo sapiens); cuando la
infantilización de la opinión es presentada como un acontecimiento más
en una cadena de decisiones burocrático-administrativas en estamentos de
poder político (Brainstorm).

No voy a mencionar los quince cortometrajes que conforman el ciclo
audiovisual de Nicanor, sino llamar la atención acerca del hecho de que
la discusión central de Homo Sapiens (capitalismo vs. socialismo)
retorna en este Dos veteranos con el que la serie concluye. Esta vez los
personajes no sólo son ancianos, sino que están enfermos y viven en una
Cuba post-comunista en la que en la Plaza de la Revolución han instalado
un mall. Los personajes centrales son Nicanor (Luis Alberto García);
Rodríguez (Néstor Jiménez); El Chino (Osvaldo Doimeadiós); Montero
(Mario Guerra); Bolaños (Carlos Gonzalvo); su sobrina Yaquelín y un
misterioso mendigo que registra tanques de basura, atraviesa la pantalla
al fondo de la acción principal y que no habla (Eduardo del Llano).

La discusión de los personajes, ahora en el futuro, vuelve a ser la
cuestión de Cuba en la encrucijada entre capitalismo vs. comunismo.
Hacia el final, dado que las opiniones son variadas e irreconciliables
(pues también entran en juego el esclavismo, el feudalismo y la
comunidad primitiva) no hay otro remedio que llevarlo a una votación en
la cual sólo dos personas apuestan por el comunismo: el eterno guerrero
Nicanor y el silencioso mendigo. Según esto, incluso en estado de
completa privación, caracterizado como un homeless, alejado de la
escritura, sin voz que lo explique, el personaje actuado por del Llano
sigue eligiendo el comunismo.

Según entiendo la conjunción de vida y cultura, a mis casi sesenta años
y con sesenta de Revolución en el país, sólo se me ocurre decir
"gracias". Al intelectual incómodo que Eduardo ha decidido ser. Al
acompañamiento vigilante a que Nicanor nos invitó durante todos estos
años. A las dudas que introdujo, las preguntas que hizo formular, la
práctica del humor mordaz y fuertemente crítico, cortante y penetrador.
A la insistencia en llamar a que desnudemos y nos opongamos al poder
burocrático y a su empleo como herramienta para cualquier manipulación.

En fin, que se acabó y que se acaba.

Podría hablar de muchas otras cosas, de corte estrictamente técnico, por
ejemplo: destacar el modo en que la cámara va cobrando protagonismo a
medida que los cortos se fueron sumando; o la manera en la que el empleo
del diálogo igualmente "creció" hasta llegar, por ejemplo, a esa pequeña
joya de intercambio coral que es Brainstorm, una de mis favoritas.
Hablar de actuaciones y dirección de arte, de la mano del director para
obtener matices de sus personajes, además de otros detalles propios del
arte cinematográfico y creo que es algo que sucederá, más tarde o
temprano, en tesis, artículos y libros.

Por ahora, dado que no se sabe si algún día existirá el largometraje de
este anti-héroe único, termino este texto desde un nivel más esencial y
básico, me conformo con desearle un buen descanso. Hay cosas que como
mejor salen es con la misma simplicidad con la que se sienten: "Coño,
Nicanor, te vamos a extrañar como carajo".


v.