La fecha en la que escribo este texto (3 de julio de 2019) es tan relevante como el lugar desde donde lo hago, el pequeño pueblo de Cojímar, situado a unos 8 kilómetros de la ciudad de La Habana, entre el Reparto “Camilo Cienfuegos”, al que los habaneros llamamos Habana del Este, y Alamar. Aclaro que este texto va a ser más bien raro, pues en él –como si se tratase de una película de temática fantástica- estaré hablando de cosas que no existen como si fueran reales.
I
La primera de ellas fue la fiesta con la que los habitantes del lugar recordaron el desembarco de las tropas inglesas que, al mando de Lord Albermale, entraron a tierra cubana el día 7 junio de 1762. Decenas de miles de habaneros vinieron de todas partes para estar en esta fiesta que, anualmente, comienza en Cojímar y abarca desde aquí hasta el Morro, la Cabaña y Guanabacoa. En la ocasión es escenificado el desembarco, así como la resistencia de los cubanos. Aprovechando la fecha, todos los años se celebra un encuentro internacional de historiadores que debaten los más disímiles aspectos de la presencia inglesa en el Nuevo Mundo. Miles de turistas del mundo entero están presentes en la fecha. Como gesto de amistad, tiene lugar una semana de cine inglés y hay escenarios en los que tocan músicos de ese país. Lo que fue un suceso de conquista es analizado, pero también transformado en espacio para el diálogo y encuentro cultural. El museo de la localidad enseña las interesantes colecciones de objetos de la época, son ofrecidas conferencias para estudiantes de la zona y nuevos materiales históricos son exhibidos.
La segunda fantasía tiene lugar el 21 de julio y se trata esta vez de la celebración del nacimiento del célebre escritor estadounidense Ernest Hemingway, uno de los más importantes narradores del siglo XX y gran amigo del pueblo cubano, en especial, de los pescadores de Cojímar. Fue observando y compartiendo con estas personas humildes que Hemingway acumuló datos, motivos e inspiración para escribir El viejo y el mar, la más famosa de sus novelas; uno de estos pescadores, Gregorio, fue durante años el patrón del Pilar, el yate del escritor, y sirvió como modelo para “El Viejo”, el personaje principal de la novela. La obra se desarrolla en el mar y en el pequeño pueblo de Cojímar que, aunque no llamado por su nombre en el texto, es reconocible por el restaurante donde el escritor acostumbraba a comer: La Terraza.
Toda esta enorme carga referencial es aprovechada por las autoridades culturales y de la administración que anualmente organizan un encuentro internacional sobre la obra del escritor. La casa de Gregorio ha sido reconstruida y está abierta a visitantes, el museo de la localidad tiene una hermosa sala dedicada a Hemingway y otras al oficio de pescador. Alrededor de “La Terraza” se venden los libros de Hemingway, los que han escrito sobre él autores cubanos y, en general, literatura que recrea el estilo de vida de las comunidades de pescadores cubanos. Es un sitio favorito de turistas que desean pescar en aguas cercanas al litoral o que simplemente gustan de pasar una noche pescando en el muro del malecón cojimero. Hay varias tiendas de memorabilia relacionada con Hemingway y su mundo, así como también con la estancia de los ingleses en Cuba.
Además de todo lo anterior, la enigmática mención que José Martí hace de Cojímar en su medular ensayo "Nuestra América" es motivo de una Jornada Martiana que, con convocatoria internacional, inunda el pequeño pueblo con delegados de todo el continente: "Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Danzig." Resulta que es aquí, en este mismo párrafo y asociado al pequeño poblado de pescadores, donde se encuentra una de las más repetidas máximas de Martí: "Crear es la palabra de pase de esta generación".
Para que no haya sobresaltos, recuérdese que esto es una fantasía, un ejercicio, un juego. Entonces, puesto que nada de lo que he escrito hasta aquí sucede, ¿puedo seguir enlazando escenarios?
II
Esta vez no hay nada de fantasía, sino que me encuentro impartiendo clases a un grupo de estudiantes procedentes de universidades estadounidenses. Parte de la oferta cultural que reciben son varios recorridos por lugares de interés de la ciudad de La Habana; de estos lugares, destaco tres: el ya mencionado Cojímar, la vecina Habana del Este (ejemplo de una de las primeras ejecuciones de urbanismo del período de la Revolución) y la también vecina Alamar (ejemplo del urbanismo y del modelo de construcción extendido en los años 70, así como del recordado estilo de las micro-brigadas). Si todo pedazo de geografía tiene una historia en el tiempo, en el caso de las tres localidades citadas, lo que allí ha sucedido es enteramente trascendental dentro del relato épico de la construcción nacional.
Si para un grupo de estudiantes el recorrido tiene un sentido histórico, social y cultural; si es posible distribuirlo de manera que las partes se integran dentro de una narrativa que explica nuestro pasado como nación, nuestro devenir hasta el presente y quienes somos; si es posible repetir los recorridos una y otra vez (hasta hacer de ellos un circuito), ¿por qué no da origen a la oferta turística de alguna institución estatal? ¿Qué es turismo y qué se enseña cuando se hace turismo? ¿Qué se muestra a extranjeros y nacionales? ¿Cómo y para qué se organizan circuitos y espacios? ¿Cómo hacerlos productivos y sustentables? ¿Qué papel tienen aquí la invención y la imaginación?
III
Un circuito turístico-cultural es una estructura productiva que se organiza alrededor de un lugar con potencial histórico y cultural suficiente como para rendir beneficios económicos desde el punto de vista turístico. Para comprender el uso de la palabra “estructura” aquí hay que agregar el concepto de “sistema” porque un circuito turístico-cultural no es una sumatoria caótica de elementos y acciones, sino una unidad orgánica, cuidosamente pensada en los elementos que la integran, las fuerzas que moviliza y los efectos que tiene su existencia y desarrollo. Desarrollar un circuito turístico-cultural equivale a estudiar un territorio, conocer en profundidad sus características poblacionales, físico-ambientales, así como la historia y la cultura del lugar, sus vías de comunicación, la oferta de las industrias locales y de los servicios. Es un acto intelectual, un hecho de pensamiento.
En un espacio de este tipo el núcleo de la significación histórico-cultural, lo que concentra el especial valor del sitio, demanda de la colaboración de numerosos actores locales para realizarse; desde la venta de libros hasta la de discos o textiles impresos, de la presentación de comida típica del territorio a la organización de un congreso, un concierto o un concurso internacional acerca de aquello que constituye el valor del lugar. Los diseñadores de espacios como estos saben que trabajan con la memoria, la identidad nacional, el orgullo local, el sentido del proyecto político del país, elementos que obligan a moverse con cuidado extremo para no herir o dañar, además de no falsear ni mercantilizar la historia-cultura de los territorios.
¿Qué es todo cuanto se puede hacer u ofertar cuando se organiza, alrededor de uno de estos espacios, un encadenamiento de entidades productivas que generen beneficio económico? Además de la belleza del mítico Fenway Park, el stadium de pelota de la ciudad de Boston, si algo me llamó la atención del sitio fueron los alrededores desbordantes de tiendas de memorabilia, implementos deportivos, cafeterías, pequeños restaurantes, librerías, vendedores y, en general, todo un hervidero de ofertas que existen allí gracias al juego de pelota, pero que no son parásitas de él, sino que lo homenajean y lo potencian.
IV
Encadenar significa unificar potencialidades y fuerzas empresariales que operan de manera aislada para que ahora alcancen un estadio superior; en ocasiones significa ir más lejos y entonces crear lo que no existe o despertar fuerzas dormidas y empujarlas a una nueva dirección. Dicho de otro modo, encadenar es calcular el paso de la parte al conjunto, de lo separado al sistema; significa tejer lazos que van siendo cada vez más integrales e irremplazables, vigilar continuamente los procesos y corregir errores, investigar sin descanso los mejores ejemplos de sistemas de turismo-cultura para entender la lógica profunda de su funcionamiento y aplicar lo que, para nosotros, vaya a significar crecimiento; conocer las necesidades del turista, extranjero o nacional, adelantarlas y –lo más difícil- crearlas.
Cuando se piensa en una sociedad, la palabra sistema implica el entramado e interacción dialéctica entre eslabones superiores e inferiores; interacción con otros sistemas; necesidad de renovación permanente; control sobre los límites del sistema. Hoy, cuando la sociedad cubana ha entrado en un período de transformaciones profundas; cuando aumentan las prerrogativas de los eslabones inferiores de dirección gracias al incremento de la autonomía municipal; cuando hay un llamado para acrecentar las exportaciones y aumentar la captación de capitales, es imprescindible pensar de otra manera e imaginar lo posible de otra forma.
Hay que dar un salto intelectual. Hay que estudiar más que nunca y conocer la historia, las tradiciones y la producción cultural de los territorios. Hay que ir más allá de lo que se ve y de lo evidente para develar todo lo que aún no somos capaces de sentir, pero que ante nuestros ojos se encuentran en estado latente. También hay que conocer al otro, al turista posible (nacional o extranjero) más que nunca. Tomar todo eso, razonar, soñar, calcular y hacer esa magia que es la combinación de turismo y cultura en función del desarrollo.
Eso sí, con par de avisos a tener en cuenta: deseamos desesperadamente dar un salto, pero, como enseña un sabroso guaguancó, tiene que ser “con mesura y cadencia”. Suena contradictorio, lo sé, pero justo por eso es que los equilibrios dialécticos son tan, tan difíciles (e interesantes). De esta manera, todo esto que al inicio del texto escribí como fantasía va a poder ser realidad, y estoy seguro de que más también, mucho más.