sábado, 17 de agosto de 2019

Incremento salarial y cultura del trabajo

En lo que sigue voy a mezclar dos registros diferentes: la alegría y la
pregunta. Lo primero para felicitar, en tono de fiesta, la reciente
disposición de la alta dirigencia del Estado cubano conducente al
incremento salarial para los trabajadores presupuestados en el país.
Rostros de alegría y frases acompañantes han aparecido en pantallas
televisivas, comentarios o entrevistas de radio, así como en páginas de
la prensa plana. En una atmósfera de aclamación general, después de años
pidiendo y esperando algo así, casi podían escucharse los suspiros de
gozo el día en que el Primer Ministro y el Ministro de Economía
anunciaron los cambios.


La demanda de un aumento de los salarios, reflejo del encarecimiento de
la vida cotidiana, venía escuchándose cuando menos desde el malhadado
"período especial en tiempos de paz" que hubimos de atravesar a inicios
de los 90 del siglo anterior. De tantas lecciones que por entonces
aprendimos me quedo con la que enseña que hablar de la dureza de la vida
o lo difícil de la situación, cosa típica en períodos de crisis, se
torna tan común que la crisis misma es normalizada, infiltra y arrastra
el lenguaje cotidiano; en los peores casos, la crisis paraliza las
capacidades de imaginar y soñar, entumece, embota, pues las
interacciones quedan prisioneras de una realidad que ―aunque artificial
y limitada en el tiempo, como las crisis― aparenta ser lógica,
inevitable y eterna.

II

Han pasado casi 50 años desde que el día 1ro. de enero de 1970, desde un
corte de caña donde se encontraba trabajando como machetero, el líder de
la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, sostuvo una insólita
conversación con representantes de la prensa nacional. Las palabras del
diálogo, reproducidas en la revista Bohemia a la semana siguiente y
dedicadas por entero a comentar aspectos de la misma zafra de 1970 donde
el intercambio estaba teniendo lugar, contienen ideas que es justo
recordar.


Hay una doble manera de entender por qué, en opinión de Fidel, esa zafra
cañera que terminaría inscrita en la historia y conciencia nacional como
"la zafra de los 70", no era un momento más. De un lado se encontraba la
dimensión épica, que es por lo común como más se recuerda el momento; la
grandiosidad de la tarea, la movilización enorme de recursos humanos y
materiales, las continuas apelaciones de los órganos de prensa y los
exaltados discursos e intervenciones al respecto de todo tipo de líderes
políticos. En este sentido, el más claro y evidente, la zafra funcionó
como una especie de "concentrador de la energía nacional" aplicada a una
tarea específica; en atención a ello, conocedores como somos de que el
esfuerzo fracasó, hemos escuchado anécdotas familiares y hemos leído
sesudos análisis que explican lo que falló o disfrutado con gusto amargo
obras que a través de la cultura buscan lo mismo. Las entusiastas
palabras de Fidel en aquella conversación hablan, sin embargo, de un
problema más esencial que el no cumplimiento del sueño que tendría lugar
después; como en esos casos en los que la demasiada luz vecina impide
ver el espectáculo de un cielo estrellado, el morbo del fracaso oscurece
lo verdaderamente radical. Reproduciré un fragmento y, mediante
subrayado, destaco algunos puntos de interés:

… se ha creado una conciencia del des­arrollo y de la necesidad del
trabajo. En dos palabras: la masa ha tomado conciencia que no puede
haber desarrollo sin trabajo, que un país no puede salir de su pobreza y
de su atraso si no es trabajando. Todo el mundo ha captado eso con una
profundidad tremenda.

Y ya desde ahora en adelante hay que es­perarlo todo, porque no es solo
en la caña: también están los demás planes con un gran impulso. En
general hay un esfuerzo en todos los sentidos en este momento tremendo.
Estamos trabajando más que nunca. El país está trabajando más que nunca
y mejor que nunca.

Pero tardó años en que esa realidad se con­virtiera en conciencia del
pueblo: de que no puede haber avance, no puede salirse de la pobreza,
del retraso tecnológico, del retraso industrial de nuestro país, no se
puede con­quistar lo que hemos perdido durante tanto tiempo si no es a
base de trabajo.

Con el trabajo se consolida la Revolución, se consolida la libertad de
nuestro país, la independencia en la más cabal extensión de la palabra.

La cita merece recibir numerosas preguntas. ¿Qué es lo que el líder
político ve? ¿De qué manera, en su estructura de pensamiento, los
elementos dispersos son enlazados y con cuáles consecuencias? ¿Qué es lo
presente-visible y qué lo futuro-subterráneo? La proposición esencial
del fragmento, para cuya formulación es que tiene lugar el encuentro
mismo, es que "… no puede haber desarrollo sin trabajo, que un país no
puede salir de su pobreza y de su atraso si no es trabajando".


Desde el punto de vista retórico, para que la proposición sea posible a
la vez que productiva, para que progrese más allá de la conversación y
abra campos de interpretación y acción nuevos, Fidel pone dentro de sus
palabras una serie de dispositivos del lenguaje que es necesario
señalar. Primero, la apelación a "la masa", categoría propia del arsenal
conceptual del marxismo, no así "pueblo", común al lenguaje tradicional
de la política. Segundo, la definición de un corte temporal ("desde
ahora en adelante") según el cual el evento, la zafra, es presentado
como un acto transformador de la existencia más allá de indicadores
económicos. Tercero, la comprensión de que el tipo de cambio que ha
propiciado el gran evento, la magnitud de las fuerzas que desató y la
radicalidad de una entrega de energía tal que solo puede ser hecha como
acto de una voluntad consciente, hacen posible la entrada o llegada a un
"es­perarlo todo". Cuarto, la derivación del evento hacia una cadena de
otros muchos hechos de la vida económica que aquí se ocultan en la frase
"los demás planes"; de este modo, la zafra no es un hecho aislado, pues
el país aparece como una estructura de puntos y fuerzas interconectadas
que se influyen y potencian entre sí. Ninguno de los dispositivos
discursivos es tan inquietante como el quinto de ellos, el uso del valor
contradictor de la conjunción adversativa "pero" para introducir el
párrafo que constituye el meollo del encuentro:

"Pero tardó años en que esa realidad se con­virtiera en conciencia del
pueblo: de que no puede haber avance, no puede salirse de la pobreza,
del retraso tecnológico, del retraso industrial de nuestro país, no se
puede con­quistar lo que hemos perdido durante tanto tiempo si no es a
base de trabajo."

Esta va a ser una de las pocas ocasiones en las que, en un momento de
exaltación y entusiasmo al hablar de la Revolución como un proceso de
transformación de las mentalidades, Fidel va a cortar su propio discurso
mediante la introducción de un elemento lingüístico diseñado para
comunicar incomodidad y rechazo; en esta ocasión, usándolo para señalar
lo tremendamente duro que es el proceso de hacer una Revolución
socialista en un país subdesarrollado del Tercer Mundo, con un no tan
lejano pasado colonial y con una tradición de economía dependiente con
el país más poderoso de la historia. En un país con estas
características, ¿qué valor tiene el trabajo?, ¿cuál es la diferencia
entre simplemente trabajar (para subsistir, tener mejor vida para uno y
para la familia) y trabajar "para el desarrollo"?, ¿no es una verdad de
Perogrullo que la pobreza, el retraso tecnológico y el retraso
industrial solo pueden ser eliminados mediante el trabajo?, ¿qué es eso
que habría que, piénsese en la dimensión épica del verbo empleado por
Fidel, "conquistar"?, ¿qué es eso que habríamos "perdido"? Y la pregunta
final, ¿qué hay en el extremo opuesto a lo que acabamos de llamar
"verdad de Perogrullo", qué clase de no-conciencia respecto al trabajo y
qué tiene esto que ver con la condición de subdesarrollo?

Como mismo hablábamos, al inicio, sobre la crisis, la noción de
subdesarrollo "… es normalizada, infiltra y arrastra el lenguaje
cotidiano"; al precedernos la recibimos como herencia, al estar
estructuralmente enlazada a la dependencia invierte la relación entre lo
que es visible y evidente con lo subterráneo y posible. Mientras que la
crisis provoca, a la vez que se alimenta, de que "paraliza las
capacidades de imaginar y soñar, entumece, embota", el subdesarrollo
consigue lo mismo, más por la vía de convertir en inimaginable un mundo
sin dependencia, a pesar de todo lo que esta pueda significar en los
órdenes político, económico, cultural o militar. La incapacidad, el
miedo, el pánico o el rechazo a pensar y desear la independencia
verdadera es un mecanismo vertebral de esta dialéctica según la cual el
subdesarrollado deberá permanecer para siempre en una suerte de infancia
permanente, destinado a obedecer o temer por las órdenes de su superior
metropolitano. Por eso, en las palabras de Fidel, la batalla segunda es
la que, en lucha contra el tiempo, pretende la transformación de las
costumbres, de la posición de los individuos en el mundo; por eso habla
del período que fue necesario para que se convirtiera en algo evidente e
interior para los individuos la conexión entre trabajo y desarrollo,
para que se "con­virtiera en conciencia", para que fuera comprendido que
eso "perdido" que debe ser recuperado es tanto el desarrollo de la
economía como, al mismo tiempo, la plenitud del ser individual y
nacional a través de un nuevo concepto de justicia social y soberanía
nacional.

III

Las recientes medidas de incremento salarial en el país vuelven a
plantear no pocas de las preguntas, pues lo que provoca alegría —cuando
se le ve desde la óptica del consumo— conduce a revisiones profundas
cuando se le piensa en sus conexiones con la producción; dicho de otro
modo, hay que interpretar los cambios en la esfera del salario como
modos de estímulo para el aumento de los tres componentes básicos de
cualquier modelo económico: la elevación de los niveles de producción en
términos cuantitativos, el incremento de la productividad y el constante
mejoramiento de la calidad de los productos finales. Una cultura del
trabajo significa la presencia de una conciencia extendida en un
entramado complejo que comprende las conexiones entre trabajo y
desarrollo, además de la interrelación —con igual grado de importancia—
entre producción, productividad y calidad; a todo esto habría que sumar
la importancia de la innovación, la búsqueda de soluciones creativas
ante dificultades, el respeto absoluto al cliente o usuario, la elección
de los mejores representantes (por parte de los trabajadores reunidos en
asamblea), así como el establecimiento de una atmósfera solidaria en el
trabajo.


Una "cultura del trabajo" implica, junto con el trabajo mismo, la
construcción y operación de un tejido cultural en el cual los discursos
educan y autoeducan, debaten y proponen, controlan y celebran —de modo
continuo, generalizado e interconectado— el trabajo como hecho
distintivo de la especie humana y como acción en la cual la persona
despliega, al mismo tiempo que las descubre, sus verdaderas
potencialidades y las naciones tratan de cimentar una independencia
duradera en condiciones de prosperidad. Al referirse, en medio de la
zafra de 1970, a lo que había demorado en arribarse al estado de
conciencia que hacía posible dicho esfuerzo, Fidel dejó claro que esa
conciencia y las conexiones que hemos comentado son resultado de actos
de voluntad política cuidadosamente planificados y puestos en práctica;
es decir, que las transformaciones en la esfera de la conciencia —esas
que conducen a la conversión de un hecho externo en cultura de la vida
cotidiana— requieren de una larga y dura labor en, con y de toda la
sociedad.

El proceso de incremento salarial que ahora estamos viviendo es uno de
esos momentos que abren puertas al replanteo de relaciones y, en
definitiva, al crecimiento de raíces firmes de eso que hemos llamado "la
cultura del trabajo", proceso que habrá de ser aún más hondo cuando ya
no se trate de un incremento, sino de la aún pendiente reforma salarial.
Por eso, más allá de la natural y justa alegría, gracias a las mayores
posibilidades de consumo que están teniendo quienes reciben el
beneficio, hay que pensar en un aumento equivalente o hasta mayor en la
cantidad de la producción, los índices de productividad y la calidad de
productos finales que hoy, como nunca, se desearía colocar —atendiendo a
parámetros competitivos— dentro del mercado mundial; a esto hay que
integrar los restantes elementos de ese complejo entramado que ―más allá
de las cifras que pueden ser obtenidas― engloba lo referido a la actitud
psicológica, conceptual, espiritual y moral hacia el trabajo e incluye,
como ya hemos visto, creatividad, estudio, investigación, innovación,
respeto, vida político-laboral y solidaridad, entre otras posibilidades.
Dicho de otro modo, el cambio en la esfera del salario permite rehacer
el propio concepto de trabajo. En el particular contexto de hoy en el
país, y más allá del sector presupuestado, la necesidad de una "cultura
del trabajo" también engloba los cambios culturales en las empresas que
operan en condiciones de "perfeccionamiento empresarial", los
territorios donde accionan las cooperativas y el ámbito de la pequeña
propiedad.

Procesos como el descrito no son tarea de un grupo o figura particular,
sino de todos en la sociedad: órganos de difusión masiva, escuela,
dirigencias políticas, sindicatos, trabajadores mismos y, en general,
los ciudadanos. El estado ideal para esto es el enorme abanico de
intercambios que van desde los discursos políticos o los debates de
académicos a los artículos en la prensa, las caricaturas, la frase de un
compañero de trabajo o las conversaciones de esquina. En esta sucesión
de interacciones, multiplicación mutua de efectos y cambios en la
conciencia, la psicología social, la cultura organizacional y de
dirección, las prácticas y costumbres de la vida cotidiana, la cultura
en fin, no hay escenario menor. El punto final del proceso es la
formación y acción permanente de una autoconciencia "culta",
profundamente informada, que ha transitado desde la recepción de una
tarea hasta la proyección al entorno de algo que se ha transformado en
convicción; una autoconciencia radical respecto a su objeto: la relación
entre trabajo y desarrollo en toda su complejidad, extensión, hondura,
derivaciones y consecuencias tanto inmediatas como a largo plazo, para
la persona, para el país y para la inserción del país en el mundo.

En un cambio como este, la angustia principal es el tiempo, de ahí la
cantidad de sentimientos concentrados dentro de la frase: "pero tardó
años en que esa realidad se con­virtiera en conciencia del pueblo". En
paralelo, el enigma último del proceso es la duración que va a tener esa
nueva conducta; pero cuando la autoconciencia es verdadera, profunda,
radical y permanente entonces son posibles el "de ahora en adelante", el
"esperarlo todo" y ese "los demás planes" de que se habló en aquella
conversación de 1970, nada menos que en medio de un corte de caña.


Bibliografía:

Castro Ruz, Fidel. "La masa ha tomado conciencia de que no puede haber
desarrollo sin trabajo". Bohemia (La Habana), 9 de enero de 1970.

(Conversación del Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del
Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario,
con representantes de la prensa nacional y un grupo de 670 vietnamitas
que se encontraban en Cuba (estudiantes, diplomáticos y los combatientes
de Vietnam del Sur y del Norte) el día 1ro. de enero de 1970, "Año de
los 10 millones", en el corte de caña.)

lunes, 12 de agosto de 2019

Escuela y comunidad: dos recuerdos


I

Este texto comienza con la imagen de un grupo de adolescentes armados de picos y palas, sudando bajo el sol agobiante de la tarde. Trabajan como incipientes obreros de la construcción en sesión contraria a sus horarios de clase. Han aprendido todo tipo de labor en este mundo de bloques, carretillas, cemento, azulejos, cabillas y encofrado, entre tantas otras cosas cuando se trata de construir: la ampliación de la escuela donde todos estudian, seis aulas más baños para varones y hembras, un laboratorio y las dependencias de la dirección, un pequeño almacén y la secretaría. La obra, como ya acostumbran a llamarla, es dirigida, guiada, coordinada por un grupo de albañiles profesionales que imponen disciplina y vigilan cada detalle para que no haya “mentiras” ni —como se decía por entonces— “majaseo”. Hay que trabajar, pero no solo por lo permanente del control, sino porque los adolescentes saben y entienden bien lo que están haciendo: la escuela necesita un edificio nuevo y son ellos, los propios alumnos, quienes lo están construyendo.


 
Estudié en la Escuela Unificada Felipe Poey, anexa a la Universidad de la Habana. Lo de “unificada” significa que había aulas desde la enseñanza preescolar hasta el 10mo grado, donde por esa fecha concluían los estudios de secundaria. Eso quería decir que la mayor parte del estudiantado, en especial los que vivíamos cerca, pasando de grado en grado, convivíamos diez años en la misma aula. Durante toda la enseñanza primaria mi directora fue la Dra. Lidia Orille, una de las glorias de la Pedagogía cubana. A ella la recuerdo presidiendo los actos de graduación que anualmente tenían lugar en el tabloncillo del stádium universitario; de uno de estos actos, verdaderas fiestas del barrio, conservo la fotografía en la que, como pareja de una de mis vecinas y amigas de infancia, estoy vestido como un posible indio boliviano. Ese día bailamos “el carnavalito” y pasarían décadas antes de saber que sí existían en Bolivia negros como yo, descendientes de antiguos esclavos.

II

Lo principal del anterior recuerdo es que un acto de graduación escolar fuese cuidadosamente diseñado para involucrar y arrastrar a los padres y a la comunidad a una celebración de todos. Graduarse era un momento mayor dentro de las tradiciones propias de la vida escolar, una ocasión de orgullo colectivo para los que interaccionábamos con el lugar y, al mismo tiempo, una explosión de entusiasmo territorial y barrial. Convicción, belleza y elegancia eran las marcas de un acto que incluía desde el discurso vibrante de la directora hasta las palabras de agradecimiento de alguno de los que terminaban sus estudios; entre ambos extremos, la actividad cultural presentada por estudiantes de cada uno de los años e intervenciones de invitados. En otra foto de aquellos tiempos de primaria, tomada en diferente ocasión, estoy vestido como Pedro Izquierdo, el celebérrimo “Pello, el Afrocán”, quien en la fecha arrasaba con el ritmo Mozambique; casi puedo “ver” la reunión en el patio de mi casa, cuando con un corcho quemado me pintan la patilla y bigote típicos de “Pello”.

Es difícil transmitir la sensación que uno tenía en esos instantes de estar, al mismo tiempo, construyendo algo nuevo y siendo parte de un largo proceso de sedimentación, prolongando las tradiciones de la escuela y haciéndolas crecer. Cuando vives en un barrio absorbes todo su pasado, las personas mayores te contaminan de historias, te enteras de historias semiocultas, conoces los hechos que ocurrieron alguna vez o a sus protagonistas, eres un portador, pero también actor de esa pequeña historia geográficamente circunscrita. Cuando pasas tanto tiempo junto a las mismas personas en el aula de una escuela, creas lazos de comunicación, lealtad, amistad como ningún otro que luego vayas a tener; desde el mismísimo primer día en una institución escolar hasta el primer cigarro que a escondidas te atreviste a fumar, desde inquietudes amorosas hasta éxitos académicos, hasta la carrera anotada en el juego de pelota de cuatro esquinas, todo está entretejido con los mismos nombres.

III

El más bello ejemplo de orgullo barrial que recuerdo es de más adelante, del año 1975, cuando estudiaba noveno grado y un grupo de profesores (en mi memoria destacan los de Geografía y el de Agropecuaria) organizaron una espectacular Semana de Exposición de Círculos de Interés que se convirtió en un acontecimiento de divulgación y popularización científica abierto a la comunidad. Las fuerzas que se unieron para que aquello sucediese fuimos los monitores de las diversas asignaturas, los profesores y los padres. El mío, ingeniero agrónomo y trabajador de un centro de investigación, prestó algo de instrumental de laboratorio y consiguió la donación de unos pocos papeles de filtro para que pudiésemos realizar experimentos ante los asistentes. Cada quien apoyó como mejor pudo. Eran años de grandes planes de desarrollo ganadero y en la prensa se hablaba de la inseminación artificial, de modo que fue una sorpresa mayúscula cuando el padre de uno de mis compañeros de aula, especialista en investigaciones pecuarias, logró que en una de las granjas que atendía le prestara nada menos que una vaca… ¡para hacer una demostración del procedimiento de inseminación artificial! La memoria es algo tan extraño que todavía recuerdo que la vaca era tuerta, desconozco por cuál accidente.

 
El caso es que a lo largo de una semana, desde las 8 a las 10 de la noche cada día, monitores de más de una veintena de Círculos de Interés nos mantuvimos frente a nuestras áreas expositivas, explicando las más disímiles cuestiones a quienes visitaban la exposición; un público constituido por nuestros propios familiares, amigos del barrio, vecinos o simples curiosos que pasaban, veían el lugar iluminado en la noche, el entra y sale de personas, y se sumaban a la ocasión. A tal punto llegó el rigor de los implicados que incluso hubo una demostración de técnicas de escalamiento (el empleo de arneses, cinturones de seguridad, botas de escalamiento, diversos tipos de nudo corredizo, etc.); terminadas las explicaciones, la demostración concluyó cuando el profesor que se encargaba de ese círculo de interés y dos de mis compañeros de aula “escalaron” al techo del teatro de la escuela, a unos diez metros de altura.

IV

Los estudiantes que en aquella semana especial defendíamos conocimientos y el honor de la escuela, éramos los mismos de la imagen inicial: armados de picos y palas, sudados bajo el sol de la tarde mientras construyen aulas de esa misma escuela. El modelo estudio/trabajo era la norma practicada y par de veces a la semana, siempre en sesión contraria, íbamos a centros de trabajo. No tengo claro si todos los de mi grupo o solo algunos, seleccionados, mas sí tengo que estuvimos en lugares como la fábrica de muñecas y la de los famosos zapatos plásticos a los que llamábamos “kikos”; en la fábrica de muñecas pasé mi media jornada al final de la línea de producción, introduciendo en cajas las muñecas terminadas.

Lo último que hizo única esa experiencia de adolescente metido en albañilería fue que siempre supimos que las aulas que construíamos no eran para nosotros, pues nos graduaríamos de 10mo. grado sin todavía acabarlas; de hecho, si no confundo detalles, creo recordar que “la obra” debió ser concluida por una brigada profesional. Años más tarde, mi hija, Karen, estudió allí y cada vez que fui al lugar la mente se me pobló de imágenes de los compañeros de aula cubiertos de cemento y polvo, y la construcción avanzando cada día un poquito más.

Es curioso que ahora, cuando tengo casi 60 años, y pienso en mi escuela, de entre los muchos miles de sucesos aislados, lo que más recuerdo como momentos de unidad son aquella semana de exposición de círculos de interés y aquellos adolescentes construyendo las aulas que utilizarían otros adolescentes después de ellos. Lo que una escuela era capaz de hacer cuando se entendía a sí misma y a sus funciones como algo más que un espacio de instrucción y actuaba como la institución cultural más importante de un territorio, barrio o comunidad. La escuela salía de sí, crecía, era un movilizador social, convocaba a los padres y abría posibilidades incalculables para obtener algo nuevo. O cuando nos llamaba a los estudiantes para una tarea que parecía no pensada para nuestras fuerzas y deseosos de mantener las tradiciones, de defender el orgullo y la pertenencia, aprendíamos de proporciones en la mezcla, guillotinas para cortar cabillas, alambre dulce para tejerlas, rodapiés, lozas, concreto y mil detalles técnicos más.

Mi padre fue agrónomo y mi círculo de interés era de Geología, comencé estudiando Cibernética Matemática y después de mil vueltas terminé estudiando Pedagogía hasta que, finalmente, vivo una vida de escritor. Dicho de otro modo, aunque agradezco todas las cosas que en aquellos empeños aprendí, no fui científico ni tampoco constructor. Ahora, lo que nunca he olvidado es la lección profunda de la convicción, la belleza, la elegancia, el orgullo, la pertenencia, la unidad, la movilización, los sueños y la extensión enorme de lo posible.

Circuito turístico-cultural y encadenamiento productivo


La fecha en la que escribo este texto (3 de julio de 2019) es tan relevante como el lugar desde donde lo hago, el pequeño pueblo de Cojímar, situado a unos 8 kilómetros de la ciudad de La Habana, entre el Reparto “Camilo Cienfuegos”, al que los habaneros llamamos Habana del Este, y Alamar. Aclaro que este texto va a ser más bien raro, pues en él –como si se tratase de una película de temática fantástica- estaré hablando de cosas que no existen como si fueran reales.


I
La primera de ellas fue la fiesta con la que los habitantes del lugar recordaron el desembarco de las tropas inglesas que, al mando de Lord Albermale, entraron a tierra cubana el día 7 junio de 1762. Decenas de miles de habaneros vinieron de todas partes para estar en esta fiesta que, anualmente, comienza en Cojímar y abarca desde aquí hasta el Morro, la Cabaña y Guanabacoa. En la ocasión es escenificado el desembarco, así como la resistencia de los cubanos. Aprovechando la fecha, todos los años se celebra un encuentro internacional de historiadores que debaten los más disímiles aspectos de la presencia inglesa en el Nuevo Mundo. Miles de turistas del mundo entero están presentes en la fecha. Como gesto de amistad, tiene lugar una semana de cine inglés y hay escenarios en los que tocan músicos de ese país. Lo que fue un suceso de conquista es analizado, pero también transformado en espacio para el diálogo y encuentro cultural. El museo de la localidad enseña las interesantes colecciones de objetos de la época, son ofrecidas conferencias para estudiantes de la zona y nuevos materiales históricos son exhibidos.

La segunda fantasía tiene lugar el 21 de julio y se trata esta vez de la celebración del nacimiento del célebre escritor estadounidense Ernest Hemingway, uno de los más importantes narradores del siglo XX y gran amigo del pueblo cubano, en especial, de los pescadores de Cojímar. Fue observando y compartiendo con estas personas humildes que Hemingway acumuló datos, motivos e inspiración para escribir El viejo y el mar, la más famosa de sus novelas; uno de estos pescadores, Gregorio, fue durante años el patrón del Pilar, el yate del escritor, y sirvió como modelo para “El Viejo”, el personaje principal de la novela. La obra se desarrolla en el mar y en el pequeño pueblo de Cojímar que, aunque no llamado por su nombre en el texto, es reconocible por el restaurante donde el escritor acostumbraba a comer: La Terraza.

  
Toda esta enorme carga referencial es aprovechada por las autoridades culturales y de la administración que anualmente organizan un encuentro internacional sobre la obra del escritor. La casa de Gregorio ha sido reconstruida y está abierta a visitantes, el museo de la localidad tiene una hermosa sala dedicada a Hemingway y otras al oficio de pescador. Alrededor de “La Terraza” se venden los libros de Hemingway, los que han escrito sobre él autores cubanos y, en general, literatura que recrea el estilo de vida de las comunidades de pescadores cubanos. Es un sitio favorito de turistas que desean pescar en aguas cercanas al litoral o que simplemente gustan de pasar una noche pescando en el muro del malecón cojimero. Hay varias tiendas de memorabilia relacionada con Hemingway y su mundo, así como también con la estancia de los ingleses en Cuba.

Además de todo lo anterior, la enigmática mención que José Martí hace de Cojímar en su medular ensayo "Nuestra América" es motivo de una Jornada Martiana que, con convocatoria internacional, inunda el pequeño pueblo con delegados de todo el continente: "Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Danzig." Resulta que es aquí, en este mismo párrafo y asociado al pequeño poblado de pescadores, donde se encuentra una de las más repetidas máximas de Martí: "Crear es la palabra de pase de esta generación".

Para que no haya sobresaltos, recuérdese que esto es una fantasía, un ejercicio, un juego. Entonces, puesto que nada de lo que he escrito hasta aquí sucede, ¿puedo seguir enlazando escenarios?

II

Esta vez no hay nada de fantasía, sino que me encuentro impartiendo clases a un grupo de estudiantes procedentes de universidades estadounidenses. Parte de la oferta cultural que reciben son varios recorridos por lugares de interés de la ciudad de La Habana; de estos lugares, destaco tres: el ya mencionado Cojímar, la vecina Habana del Este (ejemplo de una de las primeras ejecuciones de urbanismo del período de la Revolución) y la también vecina Alamar (ejemplo del urbanismo y del modelo de construcción extendido en los años 70, así como del recordado estilo de las micro-brigadas). Si todo pedazo de geografía tiene una historia en el tiempo, en el caso de las tres localidades citadas, lo que allí ha sucedido es enteramente trascendental dentro del relato épico de la construcción nacional.

Si para un grupo de estudiantes el recorrido tiene un sentido histórico, social y cultural; si es posible distribuirlo de manera que las partes se integran dentro de una narrativa que explica nuestro pasado como nación, nuestro devenir hasta el presente y quienes somos; si es posible repetir los recorridos una y otra vez (hasta hacer de ellos un circuito), ¿por qué no da origen a la oferta turística de alguna institución estatal? ¿Qué es turismo y qué se enseña cuando se hace turismo? ¿Qué se muestra a extranjeros y nacionales? ¿Cómo y para qué se organizan circuitos y espacios? ¿Cómo hacerlos productivos y sustentables? ¿Qué papel tienen aquí la invención y la imaginación?

III

Un circuito turístico-cultural es una estructura productiva que se organiza alrededor de un lugar con potencial histórico y cultural suficiente como para rendir beneficios económicos desde el punto de vista turístico. Para comprender el uso de la palabra “estructura” aquí hay que agregar el concepto de “sistema” porque un circuito turístico-cultural no es una sumatoria caótica de elementos y acciones, sino una unidad orgánica, cuidosamente pensada en los elementos que la integran, las fuerzas que moviliza y los efectos que tiene su existencia y desarrollo. Desarrollar un circuito turístico-cultural equivale a estudiar un territorio, conocer en profundidad sus características poblacionales, físico-ambientales, así como la historia y la cultura del lugar, sus vías de comunicación, la oferta de las industrias locales y de los servicios. Es un acto intelectual, un hecho de pensamiento.

En un espacio de este tipo el núcleo de la significación histórico-cultural, lo que concentra el especial valor del sitio, demanda de la colaboración de numerosos actores locales para realizarse; desde la venta de libros hasta la de discos o textiles impresos, de la presentación de comida típica del territorio a la organización de un congreso, un concierto o un concurso internacional acerca de aquello que constituye el valor del lugar. Los diseñadores de espacios como estos saben que trabajan con la memoria, la identidad nacional, el orgullo local, el sentido del proyecto político del país, elementos que obligan a moverse con cuidado extremo para no herir o dañar, además de no falsear ni mercantilizar la historia-cultura de los territorios.

¿Qué es todo cuanto se puede hacer u ofertar cuando se organiza, alrededor de uno de estos espacios, un encadenamiento de entidades productivas que generen beneficio económico? Además de la belleza del mítico Fenway Park, el stadium de pelota de la ciudad de Boston, si algo me llamó la atención del sitio fueron los alrededores desbordantes de tiendas de memorabilia, implementos deportivos, cafeterías, pequeños restaurantes, librerías, vendedores y, en general, todo un hervidero de ofertas que existen allí gracias al juego de pelota, pero que no son parásitas de él, sino que lo homenajean y lo potencian.

IV

Encadenar significa unificar potencialidades y fuerzas empresariales que operan de manera aislada para que ahora alcancen un estadio superior; en ocasiones significa ir más lejos y entonces crear lo que no existe o despertar fuerzas dormidas y empujarlas a una nueva dirección. Dicho de otro modo, encadenar es calcular el paso de la parte al conjunto, de lo separado al sistema; significa tejer lazos que van siendo cada vez más integrales e irremplazables, vigilar continuamente los procesos y corregir errores, investigar sin descanso los mejores ejemplos de sistemas de turismo-cultura para entender la lógica profunda de su funcionamiento y aplicar lo que, para nosotros, vaya a significar crecimiento; conocer las necesidades del turista, extranjero o nacional, adelantarlas y –lo más difícil- crearlas.

Cuando se piensa en una sociedad, la palabra sistema implica el entramado e interacción dialéctica entre eslabones superiores e inferiores; interacción con otros sistemas; necesidad de renovación permanente; control sobre los límites del sistema. Hoy, cuando la sociedad cubana ha entrado en un período de transformaciones profundas; cuando aumentan las prerrogativas de los eslabones inferiores de dirección gracias al incremento de la autonomía municipal; cuando hay un llamado para acrecentar las exportaciones y aumentar la captación de capitales, es imprescindible pensar de otra manera e imaginar lo posible de otra forma.

Hay que dar un salto intelectual. Hay que estudiar más que nunca y conocer la historia, las tradiciones y la producción cultural de los territorios. Hay que ir más allá de lo que se ve y de lo evidente para develar todo lo que aún no somos capaces de sentir, pero que ante nuestros ojos se encuentran en estado latente. También hay que conocer al otro, al turista posible (nacional o extranjero) más que nunca. Tomar todo eso, razonar, soñar, calcular y hacer esa magia que es la combinación de turismo y cultura en función del desarrollo.

Eso sí, con par de avisos a tener en cuenta: deseamos desesperadamente dar un salto, pero, como enseña un sabroso guaguancó, tiene que ser “con mesura y cadencia”. Suena contradictorio, lo sé, pero justo por eso es que los equilibrios dialécticos son tan, tan difíciles (e interesantes). De esta manera, todo esto que al inicio del texto escribí como fantasía va a poder ser realidad, y estoy seguro de que más también, mucho más.