sábado, 17 de agosto de 2019

Incremento salarial y cultura del trabajo

En lo que sigue voy a mezclar dos registros diferentes: la alegría y la
pregunta. Lo primero para felicitar, en tono de fiesta, la reciente
disposición de la alta dirigencia del Estado cubano conducente al
incremento salarial para los trabajadores presupuestados en el país.
Rostros de alegría y frases acompañantes han aparecido en pantallas
televisivas, comentarios o entrevistas de radio, así como en páginas de
la prensa plana. En una atmósfera de aclamación general, después de años
pidiendo y esperando algo así, casi podían escucharse los suspiros de
gozo el día en que el Primer Ministro y el Ministro de Economía
anunciaron los cambios.


La demanda de un aumento de los salarios, reflejo del encarecimiento de
la vida cotidiana, venía escuchándose cuando menos desde el malhadado
"período especial en tiempos de paz" que hubimos de atravesar a inicios
de los 90 del siglo anterior. De tantas lecciones que por entonces
aprendimos me quedo con la que enseña que hablar de la dureza de la vida
o lo difícil de la situación, cosa típica en períodos de crisis, se
torna tan común que la crisis misma es normalizada, infiltra y arrastra
el lenguaje cotidiano; en los peores casos, la crisis paraliza las
capacidades de imaginar y soñar, entumece, embota, pues las
interacciones quedan prisioneras de una realidad que ―aunque artificial
y limitada en el tiempo, como las crisis― aparenta ser lógica,
inevitable y eterna.

II

Han pasado casi 50 años desde que el día 1ro. de enero de 1970, desde un
corte de caña donde se encontraba trabajando como machetero, el líder de
la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, sostuvo una insólita
conversación con representantes de la prensa nacional. Las palabras del
diálogo, reproducidas en la revista Bohemia a la semana siguiente y
dedicadas por entero a comentar aspectos de la misma zafra de 1970 donde
el intercambio estaba teniendo lugar, contienen ideas que es justo
recordar.


Hay una doble manera de entender por qué, en opinión de Fidel, esa zafra
cañera que terminaría inscrita en la historia y conciencia nacional como
"la zafra de los 70", no era un momento más. De un lado se encontraba la
dimensión épica, que es por lo común como más se recuerda el momento; la
grandiosidad de la tarea, la movilización enorme de recursos humanos y
materiales, las continuas apelaciones de los órganos de prensa y los
exaltados discursos e intervenciones al respecto de todo tipo de líderes
políticos. En este sentido, el más claro y evidente, la zafra funcionó
como una especie de "concentrador de la energía nacional" aplicada a una
tarea específica; en atención a ello, conocedores como somos de que el
esfuerzo fracasó, hemos escuchado anécdotas familiares y hemos leído
sesudos análisis que explican lo que falló o disfrutado con gusto amargo
obras que a través de la cultura buscan lo mismo. Las entusiastas
palabras de Fidel en aquella conversación hablan, sin embargo, de un
problema más esencial que el no cumplimiento del sueño que tendría lugar
después; como en esos casos en los que la demasiada luz vecina impide
ver el espectáculo de un cielo estrellado, el morbo del fracaso oscurece
lo verdaderamente radical. Reproduciré un fragmento y, mediante
subrayado, destaco algunos puntos de interés:

… se ha creado una conciencia del des­arrollo y de la necesidad del
trabajo. En dos palabras: la masa ha tomado conciencia que no puede
haber desarrollo sin trabajo, que un país no puede salir de su pobreza y
de su atraso si no es trabajando. Todo el mundo ha captado eso con una
profundidad tremenda.

Y ya desde ahora en adelante hay que es­perarlo todo, porque no es solo
en la caña: también están los demás planes con un gran impulso. En
general hay un esfuerzo en todos los sentidos en este momento tremendo.
Estamos trabajando más que nunca. El país está trabajando más que nunca
y mejor que nunca.

Pero tardó años en que esa realidad se con­virtiera en conciencia del
pueblo: de que no puede haber avance, no puede salirse de la pobreza,
del retraso tecnológico, del retraso industrial de nuestro país, no se
puede con­quistar lo que hemos perdido durante tanto tiempo si no es a
base de trabajo.

Con el trabajo se consolida la Revolución, se consolida la libertad de
nuestro país, la independencia en la más cabal extensión de la palabra.

La cita merece recibir numerosas preguntas. ¿Qué es lo que el líder
político ve? ¿De qué manera, en su estructura de pensamiento, los
elementos dispersos son enlazados y con cuáles consecuencias? ¿Qué es lo
presente-visible y qué lo futuro-subterráneo? La proposición esencial
del fragmento, para cuya formulación es que tiene lugar el encuentro
mismo, es que "… no puede haber desarrollo sin trabajo, que un país no
puede salir de su pobreza y de su atraso si no es trabajando".


Desde el punto de vista retórico, para que la proposición sea posible a
la vez que productiva, para que progrese más allá de la conversación y
abra campos de interpretación y acción nuevos, Fidel pone dentro de sus
palabras una serie de dispositivos del lenguaje que es necesario
señalar. Primero, la apelación a "la masa", categoría propia del arsenal
conceptual del marxismo, no así "pueblo", común al lenguaje tradicional
de la política. Segundo, la definición de un corte temporal ("desde
ahora en adelante") según el cual el evento, la zafra, es presentado
como un acto transformador de la existencia más allá de indicadores
económicos. Tercero, la comprensión de que el tipo de cambio que ha
propiciado el gran evento, la magnitud de las fuerzas que desató y la
radicalidad de una entrega de energía tal que solo puede ser hecha como
acto de una voluntad consciente, hacen posible la entrada o llegada a un
"es­perarlo todo". Cuarto, la derivación del evento hacia una cadena de
otros muchos hechos de la vida económica que aquí se ocultan en la frase
"los demás planes"; de este modo, la zafra no es un hecho aislado, pues
el país aparece como una estructura de puntos y fuerzas interconectadas
que se influyen y potencian entre sí. Ninguno de los dispositivos
discursivos es tan inquietante como el quinto de ellos, el uso del valor
contradictor de la conjunción adversativa "pero" para introducir el
párrafo que constituye el meollo del encuentro:

"Pero tardó años en que esa realidad se con­virtiera en conciencia del
pueblo: de que no puede haber avance, no puede salirse de la pobreza,
del retraso tecnológico, del retraso industrial de nuestro país, no se
puede con­quistar lo que hemos perdido durante tanto tiempo si no es a
base de trabajo."

Esta va a ser una de las pocas ocasiones en las que, en un momento de
exaltación y entusiasmo al hablar de la Revolución como un proceso de
transformación de las mentalidades, Fidel va a cortar su propio discurso
mediante la introducción de un elemento lingüístico diseñado para
comunicar incomodidad y rechazo; en esta ocasión, usándolo para señalar
lo tremendamente duro que es el proceso de hacer una Revolución
socialista en un país subdesarrollado del Tercer Mundo, con un no tan
lejano pasado colonial y con una tradición de economía dependiente con
el país más poderoso de la historia. En un país con estas
características, ¿qué valor tiene el trabajo?, ¿cuál es la diferencia
entre simplemente trabajar (para subsistir, tener mejor vida para uno y
para la familia) y trabajar "para el desarrollo"?, ¿no es una verdad de
Perogrullo que la pobreza, el retraso tecnológico y el retraso
industrial solo pueden ser eliminados mediante el trabajo?, ¿qué es eso
que habría que, piénsese en la dimensión épica del verbo empleado por
Fidel, "conquistar"?, ¿qué es eso que habríamos "perdido"? Y la pregunta
final, ¿qué hay en el extremo opuesto a lo que acabamos de llamar
"verdad de Perogrullo", qué clase de no-conciencia respecto al trabajo y
qué tiene esto que ver con la condición de subdesarrollo?

Como mismo hablábamos, al inicio, sobre la crisis, la noción de
subdesarrollo "… es normalizada, infiltra y arrastra el lenguaje
cotidiano"; al precedernos la recibimos como herencia, al estar
estructuralmente enlazada a la dependencia invierte la relación entre lo
que es visible y evidente con lo subterráneo y posible. Mientras que la
crisis provoca, a la vez que se alimenta, de que "paraliza las
capacidades de imaginar y soñar, entumece, embota", el subdesarrollo
consigue lo mismo, más por la vía de convertir en inimaginable un mundo
sin dependencia, a pesar de todo lo que esta pueda significar en los
órdenes político, económico, cultural o militar. La incapacidad, el
miedo, el pánico o el rechazo a pensar y desear la independencia
verdadera es un mecanismo vertebral de esta dialéctica según la cual el
subdesarrollado deberá permanecer para siempre en una suerte de infancia
permanente, destinado a obedecer o temer por las órdenes de su superior
metropolitano. Por eso, en las palabras de Fidel, la batalla segunda es
la que, en lucha contra el tiempo, pretende la transformación de las
costumbres, de la posición de los individuos en el mundo; por eso habla
del período que fue necesario para que se convirtiera en algo evidente e
interior para los individuos la conexión entre trabajo y desarrollo,
para que se "con­virtiera en conciencia", para que fuera comprendido que
eso "perdido" que debe ser recuperado es tanto el desarrollo de la
economía como, al mismo tiempo, la plenitud del ser individual y
nacional a través de un nuevo concepto de justicia social y soberanía
nacional.

III

Las recientes medidas de incremento salarial en el país vuelven a
plantear no pocas de las preguntas, pues lo que provoca alegría —cuando
se le ve desde la óptica del consumo— conduce a revisiones profundas
cuando se le piensa en sus conexiones con la producción; dicho de otro
modo, hay que interpretar los cambios en la esfera del salario como
modos de estímulo para el aumento de los tres componentes básicos de
cualquier modelo económico: la elevación de los niveles de producción en
términos cuantitativos, el incremento de la productividad y el constante
mejoramiento de la calidad de los productos finales. Una cultura del
trabajo significa la presencia de una conciencia extendida en un
entramado complejo que comprende las conexiones entre trabajo y
desarrollo, además de la interrelación —con igual grado de importancia—
entre producción, productividad y calidad; a todo esto habría que sumar
la importancia de la innovación, la búsqueda de soluciones creativas
ante dificultades, el respeto absoluto al cliente o usuario, la elección
de los mejores representantes (por parte de los trabajadores reunidos en
asamblea), así como el establecimiento de una atmósfera solidaria en el
trabajo.


Una "cultura del trabajo" implica, junto con el trabajo mismo, la
construcción y operación de un tejido cultural en el cual los discursos
educan y autoeducan, debaten y proponen, controlan y celebran —de modo
continuo, generalizado e interconectado— el trabajo como hecho
distintivo de la especie humana y como acción en la cual la persona
despliega, al mismo tiempo que las descubre, sus verdaderas
potencialidades y las naciones tratan de cimentar una independencia
duradera en condiciones de prosperidad. Al referirse, en medio de la
zafra de 1970, a lo que había demorado en arribarse al estado de
conciencia que hacía posible dicho esfuerzo, Fidel dejó claro que esa
conciencia y las conexiones que hemos comentado son resultado de actos
de voluntad política cuidadosamente planificados y puestos en práctica;
es decir, que las transformaciones en la esfera de la conciencia —esas
que conducen a la conversión de un hecho externo en cultura de la vida
cotidiana— requieren de una larga y dura labor en, con y de toda la
sociedad.

El proceso de incremento salarial que ahora estamos viviendo es uno de
esos momentos que abren puertas al replanteo de relaciones y, en
definitiva, al crecimiento de raíces firmes de eso que hemos llamado "la
cultura del trabajo", proceso que habrá de ser aún más hondo cuando ya
no se trate de un incremento, sino de la aún pendiente reforma salarial.
Por eso, más allá de la natural y justa alegría, gracias a las mayores
posibilidades de consumo que están teniendo quienes reciben el
beneficio, hay que pensar en un aumento equivalente o hasta mayor en la
cantidad de la producción, los índices de productividad y la calidad de
productos finales que hoy, como nunca, se desearía colocar —atendiendo a
parámetros competitivos— dentro del mercado mundial; a esto hay que
integrar los restantes elementos de ese complejo entramado que ―más allá
de las cifras que pueden ser obtenidas― engloba lo referido a la actitud
psicológica, conceptual, espiritual y moral hacia el trabajo e incluye,
como ya hemos visto, creatividad, estudio, investigación, innovación,
respeto, vida político-laboral y solidaridad, entre otras posibilidades.
Dicho de otro modo, el cambio en la esfera del salario permite rehacer
el propio concepto de trabajo. En el particular contexto de hoy en el
país, y más allá del sector presupuestado, la necesidad de una "cultura
del trabajo" también engloba los cambios culturales en las empresas que
operan en condiciones de "perfeccionamiento empresarial", los
territorios donde accionan las cooperativas y el ámbito de la pequeña
propiedad.

Procesos como el descrito no son tarea de un grupo o figura particular,
sino de todos en la sociedad: órganos de difusión masiva, escuela,
dirigencias políticas, sindicatos, trabajadores mismos y, en general,
los ciudadanos. El estado ideal para esto es el enorme abanico de
intercambios que van desde los discursos políticos o los debates de
académicos a los artículos en la prensa, las caricaturas, la frase de un
compañero de trabajo o las conversaciones de esquina. En esta sucesión
de interacciones, multiplicación mutua de efectos y cambios en la
conciencia, la psicología social, la cultura organizacional y de
dirección, las prácticas y costumbres de la vida cotidiana, la cultura
en fin, no hay escenario menor. El punto final del proceso es la
formación y acción permanente de una autoconciencia "culta",
profundamente informada, que ha transitado desde la recepción de una
tarea hasta la proyección al entorno de algo que se ha transformado en
convicción; una autoconciencia radical respecto a su objeto: la relación
entre trabajo y desarrollo en toda su complejidad, extensión, hondura,
derivaciones y consecuencias tanto inmediatas como a largo plazo, para
la persona, para el país y para la inserción del país en el mundo.

En un cambio como este, la angustia principal es el tiempo, de ahí la
cantidad de sentimientos concentrados dentro de la frase: "pero tardó
años en que esa realidad se con­virtiera en conciencia del pueblo". En
paralelo, el enigma último del proceso es la duración que va a tener esa
nueva conducta; pero cuando la autoconciencia es verdadera, profunda,
radical y permanente entonces son posibles el "de ahora en adelante", el
"esperarlo todo" y ese "los demás planes" de que se habló en aquella
conversación de 1970, nada menos que en medio de un corte de caña.


Bibliografía:

Castro Ruz, Fidel. "La masa ha tomado conciencia de que no puede haber
desarrollo sin trabajo". Bohemia (La Habana), 9 de enero de 1970.

(Conversación del Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del
Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario,
con representantes de la prensa nacional y un grupo de 670 vietnamitas
que se encontraban en Cuba (estudiantes, diplomáticos y los combatientes
de Vietnam del Sur y del Norte) el día 1ro. de enero de 1970, "Año de
los 10 millones", en el corte de caña.)