viernes, 16 de noviembre de 2018

Un hecho amargo

(publicado en mi muro de Facebook el 30 de septiembre de 2018)

Hace escasos minutos recibimos la llamada que avisa de un hecho amargo: la hija de una antigua compañera de trabajo fue asesinada anoche por el esposo. En fecha reciente, la escritora Teresa Cárdenas, expresó su dolor y rabia ante un caso de violencia criminal ocurrido en su barrio y en el cual la mujer había sido apuñaleada delante del hijo menor.

Uno lee cosas como esas con el desagrado que provoca el asesinato, más con cierta idea (ya vemos que absurda) de que a nosotros no nos sucederá, de que la sensación de tristeza es suficiente expresión de solidaridad, más el dolor de personas cercanas es prueba suficiente de que no es así. No me hace feliz el periodismo de crónica roja, pero el silencio ante manifestaciones de violencia -como si nada pasara o, todavía más hiriente, todo estuviera cada vez mejor- pudre el espíritu.

Este de ahora es sólo un caso, otro caso más, pero me gustaría que la sociedad cubana reaccione de manera más firme ante los daños que la corroen, que estas violencias y otras sean publicamente analizadas y discutidas, que las organizaciones políticas, de masas y, en general, los distintos organismos del Estado ofrezcan una voz firme en contra del abuso criminal y del lado de quienes más lo sufren.

El femenicidio es un hecho extremo que implica la desaparición física de la mujer y esto de ahora es el caso de una joven mujer asesinada, pero también hay que posicionarse en contra de cualquier hecho lesivo, abusivo, humillante, violento o criminal que ataque la dignidad humana. No hay que esperar al más desgarrador de los acontecimientos para rechazar actos que –aunque menos radicales, como las diferentes formas de acoso, las golpizas o la violación- igual son terriblemente dañinos (física, espiritual o psíquicamente) para quien las sufre, deforman al que las ejerce y contaminan al que sabiendo lo que sucede elije callar.

Una voz firme es hablar, por su nombre, de todos estos males y rechazarlos de manera frontal y absoluta; es presentar, entonces, modelos distintos a la sociedad; es dar esperanza y seguridad de que las fuerzas todas del Estado y lo más activo de la ciudadanía van a luchar para que estás miserias no se repitan. Necesitamos liderazgos políticos, sociales y culturales que lo hagan; espacios de opinión pública que, de manera continua, debatan y sometan a crítica todo tipo de práctica discriminatoria, humillante y lesiva para la dignidad humana; programas escolares que, en todos los niveles de la enseñanza, estimulen la cultura de paz y el respeto a las diferencias; y, junto a lo anterior, acrecentar el tipo de atención diferenciada que obliga a mejorar la vida donde la pobreza y el atraso son más evidentes y no pocas veces la violencia también.

Hay que entretejer los hilos dispersos para entender que no se puede estimular el machismo sin poner, del otro lado de la ecuación, una desvalorización de la mujer.

Y sumar voces.