Llevo días tratando de escribir sobre Más allá del límite,
la telenovela cubana recién acabada de transmitir por el canal
Cubavisión. La vamos a extrañar, en casa teníamos garantizados unos
buenos minutos de intercambio al final de los capítulos y no fueron
pocas las veces en las que diferencias en las valoraciones abrieron el
camino para ir más allá de la novela misma y enredarnos en discusiones a
propósito de cuestiones éticas, o sobre problemas propios de la
representación de las realidades en la televisión. La duración en el
tiempo, la complejidad de las acciones, el significado de los puntos de
tensión y la manera en la que podemos integrar la solución de los
conflictos articulan una sumatoria que puede ser explosiva, que nos
desequilibra y sacude, una herramienta para discutir e incidir en el
mundo que habitamos.
Telenovelas, seriales y seriados proponen al
espectador un espacio-tiempo preciso (o sea, un lugar determinado) donde
un conjunto de personajes enseña a los espectadores el tejido de
relaciones que los conecta dentro de una determinada cadena de
conflictos. Sobre esa base, nos son mostradas las jerarquías internas,
las confrontaciones que enlazan a esos personajes, así como el
desarrollo de su complejidad moral, ideológica, espiritual, humana.
Ahora que terminaron las angustias e historias en Más allá del límite,
después de tanto debate familiar y de haber releído algunos de los
textos que sobre esta obra aparecieron en nuestros medios, a medida que
se aproximaba el final, en mi cabeza aparece la imagen de una casa. La
vivienda de la anciana Sonia dispara las ambiciones y la capacidad de
intriga de su hijo Mauricio. Se trata de una construcción que, según nos
es contado, está siendo vendida en 150 000 USD, cantidad que muy pocos
nacionales que vivan en la Isla podrían pagar. Dicho de otro modo, una
casa para ser habitada por ricos.
En muchas ocasiones nos fueron
mostrados planos de esa edificación, grabados frente al lugar, sin que
fueran parte de alguna secuencia de acciones propias del relato (por
ejemplo, que algún personaje llegase a la casa o pasara frente a ella);
contrario a ello, se trataba de tomas que operaban como meros elementos
divisores entre una escena y otra, o simplemente servían para decirnos
que la vida sigue, pero… ¿cómo hacer creíble la poca importancia de la
imagen cuando lo que está en disputa en la obra es exactamente esa casa?
En vez de ser un mero elemento divisorio, la imagen es su opuesto: un
marcador intenso, un signo enfático, un llamado permanente de atención
hacia la casa para que el espectador no olvide de qué trata todo y cuál
es el motor de acciones y conflictos, qué es lo que no podemos dejar de
“ver”. Me refiero al regreso de Mauricio a Cuba, a la cadena de engaños
que él despliega para no solo tratar de que la casa sea vendida, sino
para intentar quedarse con el dinero, volver a Miami y pagar la deuda
que ha contraído con la familia de Talía. Tan imantadora es la conexión
Mauricio-casa que del personaje y la hipotética venta dependen la
recuperación (y purificación) de las relaciones entre él y su hermano
Ulises; la mejoría de la relación entre él y Jacqueline, su hija; el
destino de Sonia, la anciana madre de ambos hermanos; la relación con
Talía, la esposa; y, más allá del ámbito familiar, la oportunidad de
Vladimir para acceder a la cantidad suficiente de dinero que le permita
abandonar el país; el destino de Camila, la novia de Vladimir; la
posibilidad de Leo de comprar una propiedad tan valiosa en Cuba; la
pareja que comienzan a formar Julián y Sonia, personajes de la tercera
edad.
A toda esta cadena de variables, como un juego de cartas
que, empujándose una a otra, caen todas, corresponde –también en
términos hipotéticos– un ordenamiento paralelo derivado del lugar
simbólico que la casa de marras ocupa dentro de las pirámides de poder
de la telenovela. Desde este punto de vista, la oposición esencial tiene
lugar entre esta casa, la más propia de un paisaje visual identificable
con un nivel de vida elevado, y el resto de las que aparecen en el
relato. Ninguno de los otros personajes habita o visita una residencia
como esta que, en consecuencia, encarna la localización, el punto del
paisaje urbano a donde ninguno de los personajes ha podido “llegar”. De
hecho, el significante “casa” figura entre los conflictos centrales que
atraviesan la vida de, al menos, los siguientes personajes: Mauricio
(cuya solución para la deuda que debe de pagar en Miami es conseguir que
sea vendida la gran casa familiar de La Habana y, sin detenerse en
consecuencias, emplear este dinero para resolver su crisis), Roberto
(quien vive como agregado en la casa de su tío, Julián, y va a entrar en
serio debate cuando se enamore de Marlen, antigua esposa de su primo,
Héctor), Mayito (que desea vivir separado de su padre Mario), Lourdes
(que pelea con Vladimir, su hijo, por el derecho a reconstruir su vida
sentimental y tener una pareja en la casa que ambos comparten), Vladimir
(que aunque vive en la casa de su novia, Camila, no desea que Lourdes
traiga compañero alguno al hogar que fue del padre, Daniel), Daniel
(recién salido de la cárcel, al no tener donde vivir, es llevado por
Vladimir a la casa de Camila mientras le “buscan” un cuarto), Leo (que
mediante negocios sucios se convierte en un hombre adinerado y cuyo
sueño es poseer una gran mansión), Karel (quien comparte vivienda con
Aldo, su hermano, y por el hecho de ser homosexual es continuamente
humillado por Olga, la madre de ambos).
Además de lo anterior, y
para hacer más enrevesada la cuestión, no podemos olvidar que –después
de que el matrimonio entre Ulises y Yamila entre en crisis y este
regrese a vivir al lugar original, el sitio donde nacieron él y su
hermano– la casa va a ser el complemento del poder económico que posee
Ulises, cuentapropista dueño de un restaurante. Aquí es importante
destacar que, en las discusiones propias de la ruptura, Ulises deja
claro a Yamila que ella no tiene posibilidad alguna de ser reconocida
como codueña ni tampoco oportunidad de reclamar retribución alguna como
parte del acuerdo de separación. Conectar la cuestión de la propiedad
con el énfasis en la vivienda es importante, porque si ambas cosas se
dan para la figura de Ulises, en él también confluyen –como en ninguno
de los demás personajes– cualidades como la moderación, la pureza, el
desprendimiento y la bondad junto con la capacidad de trabajo y la
habilidad necesaria para conseguir el tipo de éxito económico que puede
obtener el dueño de un restaurante. No son características definidas al
azar, sino que –gracias sobre toda a las últimas– resulta una suma que
constituye la propuesta de individuo deseable para nuevos tiempos: un
triunfador. No en vano, hacia el final del relato, las cosas le van tan
bien a Ulises que, en un bello gesto solidario, que de paso marca el
incremento del patrimonio familiar, le pasa a Carlos la responsabilidad
de administrar el restaurante y se va él mismo a abrir uno nuevo. Este
aspecto es reforzado cuando el encuentro que cierra la historia, una
boda, tiene lugar en el restaurante y sirve para que, en un ambiente de
alegría, seamos testigos de la perfecta reconciliación entre la casi
totalidad de los personajes que han desfilado por los capítulos.
A
tal punto llega esta fantasía del consenso y el ambiente cariñoso, que
Aitana pronuncia una de las frases más espectaculares que se hayan
podido escuchar en cualquier telenovela, acerca de que todos terminan
teniendo pareja. El comentario funciona en el nivel del relato (adentro)
y en el de los espectadores que, a lo largo de la acción, han asistido
al nacimiento de una larga cadena de dúos. Este privilegio de lo
maravilloso y el exceso sentimental es tan extendido, que incluso da
lugar a emparejamientos como los de Yamila y el hombre desconocido que
la acompaña en la fiesta final, y el de Talía con Leo, según escuchamos
en el diálogo último de esta con Mauricio; me refiero al parlamento en
el que este, como un Rastignac de bolsillo, jura que se va a convertir
en millonario, línea de texto que merece figurar entre lo más ridículo
que uno haya escuchado en nuestra televisión y que duele escuchar en voz
de ese tremendo actor que es Fernando Echevarría.
Uno ni siquiera
sabe qué hacer cuando enfrenta la solución que guionista y realizador
dan al personaje de Graciela, la madre de Zunay y Yoel, dentro de esta
especie de “repartición de felicidad” que han dejado para el capítulo
final. En lo que tal vez sea ya su estado de desconexión permanente con
la realidad, Graciela es conducida por la familia a un círculo de
abuelos donde ceremoniosamente la recibe alguien que suponemos es la
persona a cargo de la institución. Más tarde, durante la fiesta,
Graciela y esta persona, ambos tomados de la mano, aparecen en el
restaurante, él la besa en la mejilla y van a sentarse. ¿Cómo debemos
interpretarlo? ¿Se han hecho amigos inseparables? ¿Es parte del
tratamiento? ¿Por qué ese beso? Las acciones son lo bastante ambiguas
como para que imaginemos cualquier cosa.
Igual juego con lo
verosímil ocurre cuando Aitana llega al hospital para ver al padre,
Héctor, quien ha pasado días en estado de coma a consecuencia de la
golpiza que, presuntamente, le propinan dos delincuentes pagados por
Daniel, el padre de Vladimir. La secuencia de acciones es memorable:
Aitana toma asiento a un lado de la camilla, aprieta la mano derecha de
Héctor, deja caer una lágrima, se acelera el ritmo de los aparatos que
miden los signos vitales de Héctor, que parpadea y despierta. Dado que
la única explicación para esto sería una coincidencia casi imposible
entre apretón de manos y parpadeo, piénsese que hablamos de un paciente
comatoso, solo resta suponer que el intenso amor de la hija ha hecho
“regresar” al padre; un amor cargado de potencia purificadora, pues
justo antes de la golpiza habían discutido y la relación entre ambos
estaba más que tensa. La escena de sanación es de un ridículo total. En
paralelo tiene lugar otra, entre un Vladimir moribundo y su madre
Lourdes. Se repite lo mismo en esta ocasión, también en un hospital, hay
tres mujeres cerca a la cama de Vladimir: Zunay, madre del hijo que
Vladimir nunca esperó y único objeto de amor que ha habido en la vida
del joven delincuente, Lourdes y, al fondo, la llorosa Camila. Vladimir
se despide de Zunay y, al pedir que no le cuente al hijo que él existió,
la libera de la obligación de memoria; Lourdes se acerca al hijo, lo
abraza y entonces, de manera automática, como si lo hubieran apagado,
este fallece. El instante, de un melodramatismo elemental, es
estructuralmente idéntico, aunque vuelto de cabeza, respecto al
despertar del Héctor que sale del coma en coincidencia con el abrazo que
recibe de Aitana, la hija.
En términos de verosimilitud, es
igualmente risible que la figura de “malo” clásico que encarna Vladimir
sea alguien que roba 30 000 dólares en la casa de Leo, le agrega a dicha
cantidad otros miles (robados de un escondite dentro del taller de
Mario), ponga en un bolso la suma de ambas fechorías y entonces guarde
el conjunto… ¡en uno de los compartimientos del multimueble colocado en
la sala de la casa que comparte con Lourdes, su mamá! Como cualquiera
podía imaginar, poco más tarde, limpiando el lugar, ella tropieza con el
dinero como mismo lo descubre alguien, evidentemente enviado por Leo,
para recuperarlo. Como también es ridículo que este mismo Vladimir,
delincuente refinado, al que persiguen tanto Mario como Leo (los dos a
quienes robó) y Walter (al que ha desbaratado para siempre el negocio de
tráfico de muchachas para negocios de prostitución en Dominicana) se
esconda, pero escriba la dirección únicamente para su novia, Camila, y
que el pequeño papel quede encima de la mesa, a la vista de cualquiera
que entre a la casa. Lo peor es que así, gracias a esta solución simple,
Walter averigua la dirección del escondite y, cargado de ira, va en
busca de Vladimir para terminar cobrando venganza e hiriéndolo de muerte
en una escena en la cual, cuando este último reacciona sacando el
cuchillo de la herida, mata a Walter.
Llegados al final, los
trazos del relato se hacen más gruesos y quedamos con agujeros sin
cubrir. Luis, el verdadero sociópata de la telenovela, caprichosamente
enamorado de Alicia, que viene desde México a buscarla y, al encontrar
que es novia de Carlos, da candela al pequeño negocio de este, queda
libre y no sabemos más de él. La madre de Roberto, personaje femenino
que entra a la acción traído por los pelos y todo el tiempo habla como
si estuviera bajo efecto de una sobredosis de sedantes, igualmente
desaparece y ni siquiera entendemos por qué era necesaria su presencia
en la historia. De igual manera desaparece Marcia, la abuela de Dayana,
especie de comodín diseñado para obligar a los personajes centrales a
decir esto o aquello, en su caso gracias a una lengua viperina. Su misma
desaparición súbita, como si tampoco se encontrase qué hacer con ella
en los momentos finales y realmente decisivos para las acciones
principales, indican, más allá de su carácter secundario, su
irrelevancia. Otro personaje desaparecido de la escena es Aldo, el
maestro corrupto que, al parecer, es estafado por Luis y detenido en el
aeropuerto mientras intenta viajar a México para escapar de las deudas
que tiene con la ley cubana. En este, que sí es un conflicto importante,
dado que constituye uno de los cierres para la historia de Aitana, nos
es ahorrado casi cualquier detalle y lo único que escuchamos es una
llamada telefónica en la cual Aldo avisa a Karel que se encuentra en el
aeropuerto y está metido en problemas. Uno esperaría gritos, depresiones
y llanto de parte de Karel, que los amigos lo ayudaran como mismo él ha
estado todo el tiempo a disposición de su novio Sandor, pero aquí hay
otro ejemplo de los agujeros o debilidades dramatúrgicas del guion. En
lugar de ser coherentes y enseñarnos los efectos del hecho en el mundo
del personaje, el relato ejecuta una enorme elipsis y Karel aparece
visitando a Olga, la madre de ambos hermanos. La visita, definida como
una acción semanal, está próxima a la práctica de la caridad, pues el
objetivo esencial del hijo es llevar alimentos a la madre recluida en la
casa y que continuamente lamenta el destino de Aldo. Antes de irse
Karel dice, y nos dice, que Aldo llama todas las semanas –lo cual,
colocado en contexto, prácticamente confirma que cumple prisión– y que
pregunta siempre por su madre.
Aunque el premio a la sorpresa, o a
la intervención de última hora, lo merece con ventaja el alucinante
tránsito de Dayana desde la imposibilidad de tener descendencia hasta el
embarazo; tal cosa tiene lugar porque el gran secreto que los padres
comunican a Walter y a los espectadores como un hecho firme (que la
muchacha no puede concebir). Próximo el final, resulta que no era tan
así, pues en realidad lo que los médicos habían dicho era que iba a ser
casi imposible. ¿Estuvo esto siempre pensado así o es un inserto de
última hora? En este punto, y dado que estamos en el momento de repartir
felicidad entre los personajes, realizador y guionista parecen haberlo
pensado mejor, haber decidido que dentro del formato telenovela
cualquier prodigio es posible y entonces le entregan a Dayana el regalo
de un embarazo. Ella ha manifestado que no desea estudiar y, entre
Mayito y Walter, al elegir al último decidió que su ilusión era viajar,
divertirse, tener cosas lindas y darse gustos. Debemos imaginar –en una
extraña concepción de la maternidad como camino de mejoramiento– que la
criatura que lleva dentro de sí es el correctivo perfecto para las
actitudes y rasgos superficiales e infantiles de su personalidad.
La
cuestión de la verosimilitud es también relevante a la hora de
referirnos al trazado del personaje de Cuca, la adivina, tan grueso que
terminamos la historia sin comprender a cabalidad qué sucedió con ella y
la hija que perdió, esa que en los capítulos finales sabremos que es
Beatriz. La explicación de Cuca, que la entregó a Sonia, que muy pronto
se arrepintió de lo que había hecho, salió corriendo a buscar a la
pequeña, pero que cayó por un barranco, estuvo meses hospitalizada y
luego ya no la encontró, solo se sostiene al precio de olvidar en
cualquier acción de la policía la existencia de archivos en los
hospitales o de cualquiera de los numerosos procedimientos que pudieron
haber sido empleados para corregir la situación. Junto con lo anterior
también hay que poner en suspenso cualquier análisis de verosimilitud y
aceptar el orden propio de los relatos maravillosos para que funcione
esa lógica de retribución según la cual Cuca, madre que pierde una niña,
su hija Beatriz, sea premiada con la adopción de otro niño, Sandor,
solo porque la enfermera con la cual Cuca vive la ve triste y sin
consuelo.
En este punto, quisiera volver a la casa para resaltar
que no solo era el sitio alrededor del cual se movilizaba la acción y el
territorio doméstico paralelo al territorio del poder económico, sino
que era una frontera simbólica de lo nacional cubano hoy, el verdadero
límite para la telenovela. Tanto realizador como guionista y crítica han
insistido en que uno de los puntos fuertes del relato era la
presentación del impacto de la emigración sobre la familia cubana, ya
fuese en personajes que de manera firme eligieron vivir fuera del país u
otros que –por diferentes motivos– desean en el presente emigrar o así
lo pensaron alguna vez. Traducido al árbol de personajes de esta
telenovela, estaríamos hablando de Mauricio, Talía, Camila, Leo, Luis,
Yaquelín, Adrián, Yoenis, Walter, Aldo, Dayana y Vladimir. En un primer
nivel, la emigración toca directamente a la cuarta parte de los
personajes de la novela (12 de 42), aunque en profundidad impacta a la
mayoría. En este contexto, ¿qué es una frontera?, ¿tendría esta alguna
importancia particular?, ¿qué tipo de contactos, incluso batallas, se
supone que se den allí entre representantes del afuera y del adentro?
Aunque realizador y guionista evitan quedar atrapados en el tipo de
discusiones tópicas entre personajes que se alinean alrededor de qué es
mejor, si permanecer en Cuba o marcharse, es claro que sí hay una suerte
de muro divisorio basado en las actitudes éticas de cada quien; algo
especialmente notable porque los que viven en “afuera” o lo persiguen en
su mayoría son seres de escasos valores e incluso imbricados con lo
delincuencial. Solo Adrián, Yaquelín, Yoenis, Camila y Dayana escapan a
tal esquema, pero aun así las dos últimas figuran entre los arquetipos
femeninos más negativos del relato. En el caso de Camila se trata de un
claro ejemplo de mujer abusada verbalmente, con baja autoestima, cuya
pareja le ha dicho claramente que no la ama y con quien ella sigue solo
porque es “su hombre”. De modo extraño, pese a que nunca da muestras de
querer acompañar a Vladimir en la vida que este sueña fuera de la isla
–cosa que ella pudiera convertir en algo cómodo, pues es la única de su
familia que aún vive en Cuba–, la muerte del machista que la maltrataba
es lo que la convence de partir. En el caso de Dayana, ya hemos visto
que es ejemplo de superficialidad, pobreza espiritual, infantilismo y
una variedad de la baja autoestima aún más dañina que la anterior;
recuérdese que ni siquiera el abandono de meses por parte de Walter y el
enfriamiento notable de las relaciones entre ambos es suficiente para
estremecer esa fantasía en la que se ve a sí misma como una princesa de
cuento de hadas. De esta manera, el encuentro con Mayito en la gran
fiesta de despedida deja las puertas abiertas al establecimiento de una
nueva pareja luego de que –gracias al hecho purificador que significa su
“acceso” a la condición de madre– Dayana evolucione, madure, encuentre
quién realmente es y reconozca en el amor de Mayito hacia ella el amor
de ella hacia él.
De todo este grupo ninguna figura es tan
interesante y tiene tanto que decirnos como Yaquelín, en especial porque
es la única que salió de Cuba, vive fuera en un estado que podemos
definir como virtuoso y su retorno a la tierra natal también está
marcado por la claridad de principios. Al mismo tiempo su vida está
oscurecida por la tristeza y la imposibilidad de ser feliz; no se
acostumbra al nuevo lugar, extraña, lejos de los suyos no ha podido
rehacerse. Por esto, es un dato esencial que la aparición de Adrián,
hermano de Camila insertado en el relato a la manera de un príncipe de
cuento de hadas, quien encarna la posibilidad del amor, tenga lugar en
Cuba. El fortalecimiento de los lazos de esta nueva pareja tiene lugar
en simultaneidad con los gestos finales de la ruptura de Yaquelín con su
padre Mauricio. De esta manera, la recuperación del vínculo pleno con
la madre simbólica, Cuba, es obtenido al precio de cortar de modo
definitivo la relación con el padre. Madre simbólica, amor y casa forman
una unidad salvadora, un núcleo fuerte del cual es expulsado Mauricio,
ejemplo de falsedad, doblez moral y oportunismo. Después de esto
Yaquelín queda libre para ofrecernos a los espectadores la imagen de una
cubana que, viviendo fuera de su país, es portadora de lo mejor de este
y continuamente, mediante la relación viva y transparente que mantiene
con sus familiares, lo devuelve a la nación de origen. Al mismo tiempo
ocurre el hundimiento moral definitivo de Mauricio, una condición para
que sea liberado Ulises, con la confesión de su hermano, del peso de la
culpa por la muerte del padre.
El relato descansa encima de tres
secretos: la muerte del padre de Mauricio y Ulises, devenida tortura
espiritual y culpa para el último; la identidad de la madre de Beatriz y
el destino de la hija perdida de Cuca, que al final sabremos que es
Beatriz; la identidad de la persona que denunció a Daniel, cosa que le
ha llevado a pasar media vida en la cárcel. De estos, el único que tiene
la fuerza o relevancia necesaria para cambiar el curso de toda la
acción es el primero, pues es el único que afecta a personajes no
sustituibles, sin los cuales ni siquiera existiría el relato en
cuestión. Solo que, si esto es así, entonces el súper-objetivo del
relato es llevarnos hasta la glorificación del nuevo empresario y de la
nueva emigrada.
Es curioso que tanto esta novela como la anterior, Vidas cruzadas,
terminen en una celebración festiva en cuyo interior son reconciliadas
las diferencias; allá un banquete campestre, aquí una boda. Como mismo
aquí hay una oposición entre la calidad de la casa que mueve la acción y
el resto de los espacios habitables donde los personajes desarrollan
sus vidas, en la telenovela anterior éramos invitados a enlazar lo alto y
lo bajo, lo humilde y lo privilegiado. En Vidas cruzadas
se trataba de la oposición entre dos universos que, separados por un
eje, permitían colocar de un lado una casa de valor semejante a esta que
motiva la disputa en Más allá del límite, una segunda
vivienda (esta de veraneo) en la playa, una finca y un auto; en el lado
opuesto quedaban el trabajo de una costurera en un pequeño pueblo a
escasos kilómetros de la capital y la cafetería de su nuevo compañero
cuentapropista. En Vidas cruzadas la diferencia de
niveles de vida quedaba solventada gracias al amor entre los hermanos,
dispuestos a compartir todo su patrimonio con Carolina, la más joven del
trío y tenida por el padre fuera del espacio del privilegio; de ahí que
la celebración en la finca unifica diferencias que son pura y
simplemente propias del contacto entre estamentos sociales distintos. En
Más allá del límite la operación es otra, en más de un
sentido, porque aquí la línea de la división familiar pasa por la
fricción entre el adentro y “los afueras” de la nación; y porque, además
de ello, en un segundo nivel, la fiesta solo es posible gracias a la
generosidad del personaje que maneja dinero: Ulises.
¿Con cuáles
herramientas es posible analizar una telenovela? ¿Cómo han de ser
analizados elementos de guion, estructura, dirección, diseño de
personajes, sistema de personajes, dramaturgia, curvas de tensión,
puntos de alivio, continuidad del relato, planteamiento y solución de
conflictos, oposiciones, simbología, etc.? ¿Qué son las telenovelas? ¿De
qué nos hablan estas producciones culturales sino de nuestros sueños y
fracasos, dolores e ilusiones, del límite y lo que se encuentra más
allá? ¿Qué relación establecemos los espectadores con los discursos de
las telenovelas? ¿Qué esperamos, qué buscamos, qué querríamos? ¿Se trata
de un formato con características inamovibles o puede ser revisado,
modernizado, contaminado? ¿Es un producto menor, de escasa categoría
estética, o puede alcanzar altos valores artísticos? ¿Qué tipo de visión
nos propone no una telenovela en particular sino la suma de varias; es
decir, qué nos propone la televisora que las transmite?
Mejores o
menos logradas, las telenovelas son una especie de monstruo con decenas
de cuerpos a la vez, que complacen e inquietan, representan una larga
travesía a través del padecimiento o la desconexión de unos personajes
para quienes deseamos, como mismo en nuestras vidas, un destino mejor;
por eso no han hecho más que terminar y ya empezamos a extrañarlas, a
contar pedazos y a discutirlas.
¿Hay algo mejor?
"No hay enigma. Si se puede plantear una cuestión, también se puede responder.” Ludwig Wittgettstein
viernes, 18 de octubre de 2019
Complejizando la televisión
Pertenezco
a la legión de espectadores televisivos que, hay que aceptar que en
rara mezcla, experimentamos sensaciones de horror y complacencia durante
la emisión del noveno capítulo de la tercera temporada del serial Juego de Tronos, adaptación televisiva de las novelas que –escritas por G. R. Martin– integran la saga novelesca Canción de hielo y fuego.
El capítulo al que nos referimos, titulado “Las lluvias de Castamere”,
mejor conocido entre los seguidores como aquel en el que tiene lugar la
llamada “boda roja”, es uno de los episodios más auténticamente fuertes
de un conjunto que en tal modo destaca por el manejo de la violencia
que, entre quienes seguíamos la obra, se convirtió en un chiste decir
que si te caía bien un personaje, entonces lo más seguro era que muriese
asesinado antes de concluir la temporada. La “boda roja” es el
asesinato de Robb Stark, su madre Catelyn Stark y Talisa Maegyr, su
bella esposa embarazada, en una secuencia diseñada y filmada de manera
espectacular; unos minutos en los que todo transmite significado: las
puñaladas, el color de las vestimentas, la suciedad del ambiente, la
iluminación, los rostros sin afeitar, las burlas ante los que mueren,
los ángulos en los que es colocada la cámara, etc. Como instantes de
especial horror quedan el momento en el que Talisa recibe varias rápidas
cuchilladas en el vientre, para que mueran ella y la criatura, así como
la expresión de dolor y enajenación de Catelyn cuando ve morir a Robb,
su hijo.
Espectadores y todo tipo de comentaristas se han preguntado si, hasta donde puede ser con un relato de ficción, algo de esto tiene relación con acontecimientos “verdaderos”. Son muchos los que coinciden en señalar que la principal inspiración del autor proviene de la Guerra de las Rosas inglesa del siglo XV d. n. e. En paralelo, atendiendo al hecho de que Martin es estadounidense y buscando conexiones con las tensiones socio-políticas del presente, hay quien considera que la inspiración principal del ciclo narrativo se encuentra en los “relatos de la frontera” del siglo XIX en ese país. A fin de cuentas, Juego de Tronos presenta las batallas por el poder, las alianzas, las traiciones, los combates, las muertes, las conspiraciones y el idealismo de personajes que obedecen a intereses de nada menos que de siete reinos. Un relato tan complejo como este, donde son manejados alrededor de una decena de escenarios geográficos, distantes y claramente diferenciados por clima, tradiciones, costumbres, estructuras políticas, prácticas económicas, modos de vestir los personajes, arquitectura, etc., abre numerosos campos de interpretación, tanto para cada uno de los detalles como para la intención última del autor del texto base, los guionistas que escribieron las adaptaciones y los productores finales del material.
A tal punto llega la complejidad que, en el volumen Winter is coming (2016), la académica medioevalista Carolyne Larrington escribe: “¿Podría Westeros realmente ser conquistado usando el equivalente de un arma nuclear táctica? ¿Y qué quedaría después de ello para entonces reinar? En términos más humanos, el debate acerca de la logística de la futura conquista de Westeros –gracias al terror que provocan los dragones, mediante las fuerzas concentradas de los inmaculados o a través de una batalla por los corazones y mentes (…) está en el fondo mismo de toda la serie”. (Larrington: 2016, p. 16).
Esto implica que cuando hablamos de los dragones, del tipo de ventaja militar que conceden a quien los domina dentro del relato fantástico y vemos la enorme destrucción de la que son capaces, también estamos hablando de modo subliminal de nuestro presente y de los límites de la guerra. Esto nos lleva a preguntar, tanto en el relato como en su significado para hoy, si hay algún modo de contener o impedir que sea desatado sin control este poder absoluto. En el doloroso capítulo 5 de la octava temporada, escuetamente titulado “Las campanas”, la ira de Daenerys la hace ordenar al último de los dragones la destrucción total de Desembarco del Rey. De hecho, hay tomas en las que, luego de consumada la victoria, el dragón pasea de un lado a otro de la pantalla convirtiendo murallas y casas en lomas de escombro elevando al delirio la destrucción y el espectáculo del poder.
Tal como entonces escribí en mi perfil en Facebook: “la ciudad tenía alrededor de un millón de habitantes, casi todos reducidos a cenizas por el dragón cabalgado por Daenerys al mismo tiempo que los soldados de la Guardia Roja estaban siendo masacrados por los Inmaculados”. En semejante escenario de aniquilación, que ya sabemos que opera como espejo de una aniquilación nuclear, el personaje opuesto a Daenerys es su pareja romántica, John Snow, quien trata de impedir la muerte en masa de los soldados de la Guardia Roja después de haberse rendido; es decir, que mientras que la reducción a cenizas de edificios y personas ocupa largos minutos en la pantalla, el humanismo del héroe trata de impedir el sufrimiento desmesurado, excesivo, innecesario e inútil. Su intención no es la de la venganza, sino la de imponer justicia en el mundo nuevo que ha de venir luego de derrota de Cersei, el personaje negativo. Escribí entonces que “en ese instante nos dimos cuenta de que Daenerys había quebrado las reglas, traspasado los límites, roto cualquier norma y estaba satisfaciendo un deseo de venganza del cual Cersei y Desembarco del Rey no eran más que el primer escalón o el pretexto, pues en verdad se trataba de desplegar el poder y gozarse con él”.
Por tales motivos, con toda esta carga de preguntas que los espectadores teníamos acumuladas, la solución de la historia, en el capítulo 6 y final de la octava temporada, titulado “El trono de hierro”, fue tanto una desilusión como una lección formidable. Los argumentos con los que Tyrion convence a John de que tiene que matar a su amada, la muerte de Daenerys a manos de John y la propuesta de reorganización y ejercicio del poder esbozada en la reunión de los lores, que decide la estructura política de ese mundo nuevo por el cual todos han luchado, permiten ver algunos temores y presupuestos ideológicos de los responsables de la serie. Se trata, efectivamente, de un “relato de frontera” en tanto describe enfrentamientos entre un centro/núcleo civilizado y varias irrupciones que lo amenazan; es también una “historia de progreso” en tanto se produce un desplazamiento desde el orden de poder feudal basado en líneas de sangre en dirección a la asamblea en la cual el gobernante es electo; finalmente, es un espacio donde se oponen la transformación revolucionaria de la realidad (encarnada en Daenerys) y el cambio gradual.
Lo fascinante es que en ese final a los Inmaculados, antiguos esclavos que Daenerys liberó, se les brindan tierras y un estatuto de autonomía, para que cultiven y se integren al orden del intercambio mercantil proto-capitalista, al mismo tiempo que se deja de hablar del resto de los esclavos a quienes Daenerys pretendía emancipar y que, en lo adelante, según se sospecha, habrán de seguir esperando. En un segundo comentario en mi perfil en Facebook, imaginando que de haber durado la serie un capítulo más nos habrían aleccionado acerca del surgimiento de los partidos políticos modernos, escribí par de párrafos que ahora reproduzco para una audiencia más amplia:
“¿Qué otra cosa si no debería de venir después de que Tyrion consigue que, en lo adelante, el acceso al poder en los Seis Reinos se verifique mediante votación? ¿No es esto, acaso, el primer paso para el mundo que avizora Sam, no en vano el personaje que en la serie vemos hacer el papel de “estudioso” en bibliotecas, cuando propone que la votación para elegir el soberano, se haga “entre todos”?
“Tanto la propuesta de Tyrion (aceptada por el grupo) como el sueño de Sam (recibido con burlas) tienen lugar en la reunión de los lores que –luego de la batalla donde mueren Cersei y Jaime, la desaparición de la Casa Lannister y la muerte de Daenerys– de manera simbólica y en la práctica, “re-construyen” y “re-distribuyen” el mundo. ¿No significa acaso esto que el sueño de Sam, del cual entonces se ríen, es “lo que vendrá”, es decir, nuestro presente?”.
Pocas series televisivas han convocado la cantidad de atención que mereció Juego de tronos o han provocado la atención académica que esta arrastra ahora; he aquí que mientras escribo pareciera que me llaman –desde la pantalla de la computadora– un trío de libros: el ya mencionado Winter is coming. The medioeval world of “Game of Thrones” (I.B.Tauris & Co. Ltd: Londres, 2016), Game of Thrones and Philosophy (John Wiley & Sons.: New Jersey, 2012) y Mastering the Game of thrones : essays on George R.R. Martin’s A song of ice and fire (McFarland & Company, Inc., Publishers: North Carolina, 2015). A ellos sumo otros, de los cuales solo tengo distante noticia, como Game of Thrones and the Medieval Art of War; Game of Thrones versus History: Written in Blood y The Art of Game of Thrones.
Un interesante párrafo, tomado de la página dedicada a la serie dentro de la enciclopedia colaborativa on-line Wikipedia, dice que: “En cuanto al aspecto académico, entre 2017 y 2018 la Universidad de Harvard, el Boston College, la Universidad de California en Berkeley y el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia comenzaron a impartir programas de estudios medievales inspirados por Game of Thrones a manera de «herramienta de reclutamiento académico». En ese mismo período se estableció igualmente la Martin Studies International Network, dedicada al análisis de los libros de Martin y de la serie televisiva”. A esto se agrega la Universidad de British Columbia, en Canadá. Si a esto añadimos la cantidad de sitios en Internet creados por seguidores para celebrar los acontecimientos de la saga e intercambiar opiniones sobre ella, más las web oficiales que la cadena HBO dedica a este hijo favorito, los lectores comprenderán que no hay nada sencillo con la producción de series televisivas.
En próximas ediciones, como decimos los cubanos, “seguiremos informando”.
Espectadores y todo tipo de comentaristas se han preguntado si, hasta donde puede ser con un relato de ficción, algo de esto tiene relación con acontecimientos “verdaderos”. Son muchos los que coinciden en señalar que la principal inspiración del autor proviene de la Guerra de las Rosas inglesa del siglo XV d. n. e. En paralelo, atendiendo al hecho de que Martin es estadounidense y buscando conexiones con las tensiones socio-políticas del presente, hay quien considera que la inspiración principal del ciclo narrativo se encuentra en los “relatos de la frontera” del siglo XIX en ese país. A fin de cuentas, Juego de Tronos presenta las batallas por el poder, las alianzas, las traiciones, los combates, las muertes, las conspiraciones y el idealismo de personajes que obedecen a intereses de nada menos que de siete reinos. Un relato tan complejo como este, donde son manejados alrededor de una decena de escenarios geográficos, distantes y claramente diferenciados por clima, tradiciones, costumbres, estructuras políticas, prácticas económicas, modos de vestir los personajes, arquitectura, etc., abre numerosos campos de interpretación, tanto para cada uno de los detalles como para la intención última del autor del texto base, los guionistas que escribieron las adaptaciones y los productores finales del material.
A tal punto llega la complejidad que, en el volumen Winter is coming (2016), la académica medioevalista Carolyne Larrington escribe: “¿Podría Westeros realmente ser conquistado usando el equivalente de un arma nuclear táctica? ¿Y qué quedaría después de ello para entonces reinar? En términos más humanos, el debate acerca de la logística de la futura conquista de Westeros –gracias al terror que provocan los dragones, mediante las fuerzas concentradas de los inmaculados o a través de una batalla por los corazones y mentes (…) está en el fondo mismo de toda la serie”. (Larrington: 2016, p. 16).
Esto implica que cuando hablamos de los dragones, del tipo de ventaja militar que conceden a quien los domina dentro del relato fantástico y vemos la enorme destrucción de la que son capaces, también estamos hablando de modo subliminal de nuestro presente y de los límites de la guerra. Esto nos lleva a preguntar, tanto en el relato como en su significado para hoy, si hay algún modo de contener o impedir que sea desatado sin control este poder absoluto. En el doloroso capítulo 5 de la octava temporada, escuetamente titulado “Las campanas”, la ira de Daenerys la hace ordenar al último de los dragones la destrucción total de Desembarco del Rey. De hecho, hay tomas en las que, luego de consumada la victoria, el dragón pasea de un lado a otro de la pantalla convirtiendo murallas y casas en lomas de escombro elevando al delirio la destrucción y el espectáculo del poder.
Tal como entonces escribí en mi perfil en Facebook: “la ciudad tenía alrededor de un millón de habitantes, casi todos reducidos a cenizas por el dragón cabalgado por Daenerys al mismo tiempo que los soldados de la Guardia Roja estaban siendo masacrados por los Inmaculados”. En semejante escenario de aniquilación, que ya sabemos que opera como espejo de una aniquilación nuclear, el personaje opuesto a Daenerys es su pareja romántica, John Snow, quien trata de impedir la muerte en masa de los soldados de la Guardia Roja después de haberse rendido; es decir, que mientras que la reducción a cenizas de edificios y personas ocupa largos minutos en la pantalla, el humanismo del héroe trata de impedir el sufrimiento desmesurado, excesivo, innecesario e inútil. Su intención no es la de la venganza, sino la de imponer justicia en el mundo nuevo que ha de venir luego de derrota de Cersei, el personaje negativo. Escribí entonces que “en ese instante nos dimos cuenta de que Daenerys había quebrado las reglas, traspasado los límites, roto cualquier norma y estaba satisfaciendo un deseo de venganza del cual Cersei y Desembarco del Rey no eran más que el primer escalón o el pretexto, pues en verdad se trataba de desplegar el poder y gozarse con él”.
Por tales motivos, con toda esta carga de preguntas que los espectadores teníamos acumuladas, la solución de la historia, en el capítulo 6 y final de la octava temporada, titulado “El trono de hierro”, fue tanto una desilusión como una lección formidable. Los argumentos con los que Tyrion convence a John de que tiene que matar a su amada, la muerte de Daenerys a manos de John y la propuesta de reorganización y ejercicio del poder esbozada en la reunión de los lores, que decide la estructura política de ese mundo nuevo por el cual todos han luchado, permiten ver algunos temores y presupuestos ideológicos de los responsables de la serie. Se trata, efectivamente, de un “relato de frontera” en tanto describe enfrentamientos entre un centro/núcleo civilizado y varias irrupciones que lo amenazan; es también una “historia de progreso” en tanto se produce un desplazamiento desde el orden de poder feudal basado en líneas de sangre en dirección a la asamblea en la cual el gobernante es electo; finalmente, es un espacio donde se oponen la transformación revolucionaria de la realidad (encarnada en Daenerys) y el cambio gradual.
Lo fascinante es que en ese final a los Inmaculados, antiguos esclavos que Daenerys liberó, se les brindan tierras y un estatuto de autonomía, para que cultiven y se integren al orden del intercambio mercantil proto-capitalista, al mismo tiempo que se deja de hablar del resto de los esclavos a quienes Daenerys pretendía emancipar y que, en lo adelante, según se sospecha, habrán de seguir esperando. En un segundo comentario en mi perfil en Facebook, imaginando que de haber durado la serie un capítulo más nos habrían aleccionado acerca del surgimiento de los partidos políticos modernos, escribí par de párrafos que ahora reproduzco para una audiencia más amplia:
“¿Qué otra cosa si no debería de venir después de que Tyrion consigue que, en lo adelante, el acceso al poder en los Seis Reinos se verifique mediante votación? ¿No es esto, acaso, el primer paso para el mundo que avizora Sam, no en vano el personaje que en la serie vemos hacer el papel de “estudioso” en bibliotecas, cuando propone que la votación para elegir el soberano, se haga “entre todos”?
“Tanto la propuesta de Tyrion (aceptada por el grupo) como el sueño de Sam (recibido con burlas) tienen lugar en la reunión de los lores que –luego de la batalla donde mueren Cersei y Jaime, la desaparición de la Casa Lannister y la muerte de Daenerys– de manera simbólica y en la práctica, “re-construyen” y “re-distribuyen” el mundo. ¿No significa acaso esto que el sueño de Sam, del cual entonces se ríen, es “lo que vendrá”, es decir, nuestro presente?”.
Pocas series televisivas han convocado la cantidad de atención que mereció Juego de tronos o han provocado la atención académica que esta arrastra ahora; he aquí que mientras escribo pareciera que me llaman –desde la pantalla de la computadora– un trío de libros: el ya mencionado Winter is coming. The medioeval world of “Game of Thrones” (I.B.Tauris & Co. Ltd: Londres, 2016), Game of Thrones and Philosophy (John Wiley & Sons.: New Jersey, 2012) y Mastering the Game of thrones : essays on George R.R. Martin’s A song of ice and fire (McFarland & Company, Inc., Publishers: North Carolina, 2015). A ellos sumo otros, de los cuales solo tengo distante noticia, como Game of Thrones and the Medieval Art of War; Game of Thrones versus History: Written in Blood y The Art of Game of Thrones.
Un interesante párrafo, tomado de la página dedicada a la serie dentro de la enciclopedia colaborativa on-line Wikipedia, dice que: “En cuanto al aspecto académico, entre 2017 y 2018 la Universidad de Harvard, el Boston College, la Universidad de California en Berkeley y el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia comenzaron a impartir programas de estudios medievales inspirados por Game of Thrones a manera de «herramienta de reclutamiento académico». En ese mismo período se estableció igualmente la Martin Studies International Network, dedicada al análisis de los libros de Martin y de la serie televisiva”. A esto se agrega la Universidad de British Columbia, en Canadá. Si a esto añadimos la cantidad de sitios en Internet creados por seguidores para celebrar los acontecimientos de la saga e intercambiar opiniones sobre ella, más las web oficiales que la cadena HBO dedica a este hijo favorito, los lectores comprenderán que no hay nada sencillo con la producción de series televisivas.
En próximas ediciones, como decimos los cubanos, “seguiremos informando”.
Series televisivas y estudios académicos
Puedo
hacer una lista con mis series de televisión favoritas. Además de un
buen ejercicio de memoria, se trata de ese tipo de cosas que nos
permiten revivir momentos que nos han emocionado, capturado, sacudido,
desafiado, conducido a mirar la realidad de otra forma. A veces es un
mundo que desearíamos haber vivido, como sucede con las indestructibles
amistades de Friends; otras, ocurre todo lo contrario,
una realidad agresiva, cortante, se nos impone con su majestuosa
estructura de personajes y el carácter de uno de ellos, al estilo de
aquellos detectives provenientes de la tradición de la “novela negra”,
nos enamora como me ocurrió con The wire; en un tercer caso, el atractivo radica en la caracterización y actuación espectacular del protagonista, como es el caso de Monk;
en un cuarto, lo que impacta es el formidable despliegue de
imaginación, presentación de reinos imaginarios, el enrevesamiento de
las intrigas, la violencia y el choque de fuerzas propio de una serie
como la citada Juego de tronos; en un quinto ejemplo, lo que atrapa es la excepcionalidad absoluta del protagonista, como en Dr. House
o, en su reverso, la combinación de rutina hospitalaria, continuas
situaciones extremas y vidas personales de los personajes como en la
mítica Sala de urgencia. En un sexto caso es el juego
entre realidad y ficción, entre lo posible y lo imposible, secreto,
verdad, silencio, ciencia, perseverancia como en la extraordinaria Expedientes X.
La lista podría crecer, pues todavía me gustaría dejar constancia de la memoria de espectador agradecido cuando pienso en el impresionante tejido de corrupción policial desarrollado en The shield, donde también disfruté sobremanera con la fotografía; o el universo de extraña mezcla de realidad e inexplicable fantasía que, episodio tras episodio, nos ofreció Lost; o los hallazgos formales de 24 horas, con sus pantallas fragmentadas y una narrativa de acontecimientos simultáneos sucedidos a lo largo de un día, en un tour de force obediente a las más estrictas normas del suspenso y el montaje paralelo.
Nos hemos convertido en consumidores de series televisivas. Las vemos, las recomendamos, las comentamos, queremos saber más de quienes las producen. Mientras que en el cine es dudoso que las audiencias conozcan el nombre del productor de una película, en la televisión han alcanzado resonancia mayor nombres como productores o creadores de series los de Jerry Bruckheimer (CSI, Cold case, Sin rastro), J. J. Abrams (Lost, Person of interest, Revolution, Fringe, Alias), Jeff Davis (Criminal minds), Jeff Lindsay (Dexter) o Dick Wolf (La ley y el orden, Chicago Fire, Chicago P.D.)
¿Cómo han conseguido las series televisivas ocupar tanto espacio en nuestras vidas? ¿De qué nos hablan y cómo lo hacen? ¿Por qué nos atraen de semejante manera? Esta deseo de investigar la producción, distribución, interpretación y consumo de productos de la industria cultural ha conducido, y demandado a la misma vez, a un refinamiento de los métodos y procedimientos de investigación, procesamiento de datos y análisis con la consecuente ganancia para la crítica y el pensamiento sobre la televisión, el cine y, en general, la producción de imágenes. ¿De qué nos hablan las series televisivas cuando nos convertimos en espectadores leales? ¿Qué tienen que ver con nuestras vidas realidades aparentemente ajenas?
En un libro publicado a inicios de la década, la magnífica recopilación hecha por Miguel A. Pérez-Gómez para la Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla y titulada Previously On. Estudios interdisciplinarios sobre la ficción televisiva en la Tercera Edad de Oro de la Televisión (2011) hay numerosas pistas que vale la pena atender. Las dos primeras las tomo del “Prefacio” con el que Barbara Maio introduce la recopilación; en su opinión los productos televisivos han alcanzado tal calidad que, con más y más frecuencia, parecen definir la televisión como algo mejor que el cine, además de ello, pese a tratarse la televisión de un “contexto altamente industrializado”, varios autores han conseguido mostrar una marca indentitaria como creadores en las obras que para el medio realizan.
Para dar fe de lo último alcanza citar como ejemplo, entre otras, las obras recientemente dirigidas para la televisión por realizadores cinematográficos de primerísimo orden como Steven Spielberg (Into the West, Taken) Martin Scorcese (Walking dead), Jane Campion (Top of the Lake), los hermanos Coen (True detective) o ese caso absolutamente excepcional de televisión elevada a la categoría de experimentalismo artístico que es Twin Peaks, dirigida por David Lynch. A tal punto ha crecido la posibilidad de presentar y producir proyectos complejos en la televisión que Jane Campion, conocida por su largometraje El piano (1993), afirmó en entrevista para The Guardian (22-07-2017) que encuentra mayor libertad creativa en la televisión que en el cine y que, por eso: “Las personas verdaderamente listas acostumbraban a filmar; ahora la gente realmente lista hace televisión.”
La envoltura técnico-industrial de todo lo anterior incluye una numerosa y diversa cantidad de factores que lo mismo apunta a la multiplicación de los canales (luego de la llegada de la televisión por cable y de la televisión digital), la ventaja del cable como canal de suscripción de los usuarios en comparación con la dependencia de la televisión abierta en relación con la publicidad, el arribo de la grabación y transmisión en alta definición, el aumento del tamaño de la pantalla de los receptores domésticos, la posibilidad de producir y de llegar hasta audiencias más localizadas, más esta opción todavía nueva que son las plataformas de vídeo online como HBO, Netflix o Amazon Prime, en las cuales es posible elegir la que se desea ver entre centenares de series. Todo esto ha contribuído a ese aumento de la calidad en las series televisivas que se ha vuelto común identificar como insignia de la llamada “Tercera Edad de Oro de la Televisión”.
Esa complejidad ha propiciado la realización de series de televisión donde las historias son más complejas, los personajes menos maniqueos, los límites de lo representable más relajados y las técnicas empleadas más audaces. La investigación y la crítica, por su parte, han desplegado un arsenal de herramientas que permiten lecturas más profundas de la obra en pantalla; la teoría feminista, la semiótica, la culturología, los estudios subalternos, poscoloniales, sobre raza, sexualidad, masculinidades, etc. nos ayudan a ver, escuchar, pensar y posicionarnos ante esos productos televisivos que nos atraen cada vez más.
Bibliografía:
Pérez-Gómez, Miguel A. (Ed.) Previously On. Estudios interdisciplinarios sobre la ficción televisiva en la Tercera Edad de Oro de la Televisión. Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla: Sevilla, 2011.
La lista podría crecer, pues todavía me gustaría dejar constancia de la memoria de espectador agradecido cuando pienso en el impresionante tejido de corrupción policial desarrollado en The shield, donde también disfruté sobremanera con la fotografía; o el universo de extraña mezcla de realidad e inexplicable fantasía que, episodio tras episodio, nos ofreció Lost; o los hallazgos formales de 24 horas, con sus pantallas fragmentadas y una narrativa de acontecimientos simultáneos sucedidos a lo largo de un día, en un tour de force obediente a las más estrictas normas del suspenso y el montaje paralelo.
Nos hemos convertido en consumidores de series televisivas. Las vemos, las recomendamos, las comentamos, queremos saber más de quienes las producen. Mientras que en el cine es dudoso que las audiencias conozcan el nombre del productor de una película, en la televisión han alcanzado resonancia mayor nombres como productores o creadores de series los de Jerry Bruckheimer (CSI, Cold case, Sin rastro), J. J. Abrams (Lost, Person of interest, Revolution, Fringe, Alias), Jeff Davis (Criminal minds), Jeff Lindsay (Dexter) o Dick Wolf (La ley y el orden, Chicago Fire, Chicago P.D.)
¿Cómo han conseguido las series televisivas ocupar tanto espacio en nuestras vidas? ¿De qué nos hablan y cómo lo hacen? ¿Por qué nos atraen de semejante manera? Esta deseo de investigar la producción, distribución, interpretación y consumo de productos de la industria cultural ha conducido, y demandado a la misma vez, a un refinamiento de los métodos y procedimientos de investigación, procesamiento de datos y análisis con la consecuente ganancia para la crítica y el pensamiento sobre la televisión, el cine y, en general, la producción de imágenes. ¿De qué nos hablan las series televisivas cuando nos convertimos en espectadores leales? ¿Qué tienen que ver con nuestras vidas realidades aparentemente ajenas?
En un libro publicado a inicios de la década, la magnífica recopilación hecha por Miguel A. Pérez-Gómez para la Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla y titulada Previously On. Estudios interdisciplinarios sobre la ficción televisiva en la Tercera Edad de Oro de la Televisión (2011) hay numerosas pistas que vale la pena atender. Las dos primeras las tomo del “Prefacio” con el que Barbara Maio introduce la recopilación; en su opinión los productos televisivos han alcanzado tal calidad que, con más y más frecuencia, parecen definir la televisión como algo mejor que el cine, además de ello, pese a tratarse la televisión de un “contexto altamente industrializado”, varios autores han conseguido mostrar una marca indentitaria como creadores en las obras que para el medio realizan.
Para dar fe de lo último alcanza citar como ejemplo, entre otras, las obras recientemente dirigidas para la televisión por realizadores cinematográficos de primerísimo orden como Steven Spielberg (Into the West, Taken) Martin Scorcese (Walking dead), Jane Campion (Top of the Lake), los hermanos Coen (True detective) o ese caso absolutamente excepcional de televisión elevada a la categoría de experimentalismo artístico que es Twin Peaks, dirigida por David Lynch. A tal punto ha crecido la posibilidad de presentar y producir proyectos complejos en la televisión que Jane Campion, conocida por su largometraje El piano (1993), afirmó en entrevista para The Guardian (22-07-2017) que encuentra mayor libertad creativa en la televisión que en el cine y que, por eso: “Las personas verdaderamente listas acostumbraban a filmar; ahora la gente realmente lista hace televisión.”
La envoltura técnico-industrial de todo lo anterior incluye una numerosa y diversa cantidad de factores que lo mismo apunta a la multiplicación de los canales (luego de la llegada de la televisión por cable y de la televisión digital), la ventaja del cable como canal de suscripción de los usuarios en comparación con la dependencia de la televisión abierta en relación con la publicidad, el arribo de la grabación y transmisión en alta definición, el aumento del tamaño de la pantalla de los receptores domésticos, la posibilidad de producir y de llegar hasta audiencias más localizadas, más esta opción todavía nueva que son las plataformas de vídeo online como HBO, Netflix o Amazon Prime, en las cuales es posible elegir la que se desea ver entre centenares de series. Todo esto ha contribuído a ese aumento de la calidad en las series televisivas que se ha vuelto común identificar como insignia de la llamada “Tercera Edad de Oro de la Televisión”.
Esa complejidad ha propiciado la realización de series de televisión donde las historias son más complejas, los personajes menos maniqueos, los límites de lo representable más relajados y las técnicas empleadas más audaces. La investigación y la crítica, por su parte, han desplegado un arsenal de herramientas que permiten lecturas más profundas de la obra en pantalla; la teoría feminista, la semiótica, la culturología, los estudios subalternos, poscoloniales, sobre raza, sexualidad, masculinidades, etc. nos ayudan a ver, escuchar, pensar y posicionarnos ante esos productos televisivos que nos atraen cada vez más.
Bibliografía:
Pérez-Gómez, Miguel A. (Ed.) Previously On. Estudios interdisciplinarios sobre la ficción televisiva en la Tercera Edad de Oro de la Televisión. Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla: Sevilla, 2011.
“La biblioteca nunca cierra”
Comencé a
trabajar en la Biblioteca Nacional José Martí en el año 1989. Llegué como
especialista de un departamento que ya no existe, un Departamento
extraordinario que tenía como nombre “Información para la Cultura y las Artes”.
Gracias al intenso trabajo de canje que la institución desarrollaba con otros
países, al lugar llegaban numerosas publicaciones periódicas, varias decenas, y
estas en diversos idiomas. El Departamento de Información para la Cultura y las
Artes se ocupaba de procesar esta marea de información, realizar traducciones
del enorme material y ponerla a disposición de los usuarios. Tan generosa era
la concepción del servicio que incluso le era posible a uno de estos solicitar
el resumen de lectura o la traducción de algún texto breve que necesitase para
completar una investigación.
No era
posible sospechar siquiera que en escasos meses nos íbamos a precipitar al
interior del momento más duro de la economía cubana, pero lo que sí resultaba
evidente, desde inicios de la década, era que un país con grandes planes de
desarrollo no podría cumplir sus metas sin la participación decisiva del
sistema de bibliotecas públicas. La traducción y circulación de documentación
actualizada sobre el arte y la cultura —estoy hablando del momento exacto
cuando estaba a punto de dar inicio la gran revolución de la informática
contemporánea— se presentaba como una necesidad imperiosa; por eso aquel
departamento contaba con especialistas capaces de asumir dichas tareas, además
de nuestro común idioma español, en inglés, francés, portugués y ruso.
No pasó
mucho tiempo y fui colocado en la Subdirección Metodológica de la Biblioteca,
lugar donde era yo el más joven. Aunque recuerdo a todos mis compañeros y de
todos aprendí, en especial de mis jefas directas, Sarah Escobar y Luisa
Pedroso; mi verdadera profundización y apertura hacia las complejidades de la
profesión tuvo su inicio cuando pasé a trabajar como especialista en el
Programa Nacional de Promoción de la Lectura. En el Programa, apenas una sombra
de la mítica Campaña por la Lectura liderada por Raúl Ferrer en 1984, recibí
órdenes de la Dra. Marta Terry, Directora de la Biblioteca Nacional y a quien
considero, de entre todos los jefes que hasta hoy he tenido, con quien sostuve
la relación más compleja, interesante, tensa, difícil, desafiante y enriquecedora
desde el punto de vista intelectual. Sin que el orden en que las reproduzco
signifique preferencia o relevancia, voy a enumerar unas pocas de las muchas
lecciones que de ella recibí y que, más allá del universo bibliotecario, son
válidas lo mismo para instituciones culturales que de enseñanza:
- Los lugares de más alta
jerarquía cultural en un país son la Universidad y la Biblioteca Nacional.
Merecer una figura, acontecimiento u obra que le sea dedicado un curso en
la Universidad, coloca en el escalón más alto de las contribuciones
posibles a la construcción de una cultura y un país. Algo semejante puede
ser dicho cuando una figura, acontecimiento u obra merece la atención y
destaque que concede la Biblioteca Nacional de un país.
- La efectividad de las actividades de promoción de lectura que se realizan en una biblioteca se mide en relación directa con la rotación de los fondos de la institución. Las actividades que merecen ser calificadas como buenas redundan en el aumento de la cantidad de usuarios que pide el o los libros para consultarlos en las salas de lectura o para llevarlos en préstamo a sus casas.
- El promotor de lecturas
entiende el acto de lectura como una aproximación al inmenso mundo de la
cultura general universal y viceversa: una conferencia sobre matemáticas
puede llevar a la lectura de la biografía de un gran científico; el
disfrute de una biografía, hacia un volumen dedicado a la historia del
período donde el matemático vivió. O la lectura de un volumen de historia,
a los discursos de un líder y el discurso del líder, al estado de la
ciencia en la época.
- No es solo que un conocimiento nos puede conducir a otro, sino que todo conocimiento es, como tal, una suma o punto de confluencia de conocimientos anteriores al mismo tiempo que la oportunidad de múltiples aperturas en dirección al conocimiento futuro. En este sentido, la biblioteca es el lugar de las interrelaciones por excelencia; por eso, consultar un catálogo es como hacer un viaje interminable por toda la cultura universal.
- La biblioteca nos enseña que el
conocimiento crece, que los productos de la investigación, el pensamiento,
el desarrollo científico-técnico y el deseo humano de belleza crecen a
nuestro alrededor. Según esto, no hay medida ni límite exacto para definir
que una persona puede ser llamada “culta”, sino que más bien cada día
tenemos que aprender y volver a estudiar la realidad.
- Una biblioteca es un organismo
vivo que existe dentro de una sociedad e intercambia con ella; un
organismo situado en un espacio preciso, que respira el aire del lugar
donde se encuentra y en un tiempo determinado. Por eso, para la biblioteca
es tan importante lo que sucede dentro de ella como lo que ocurre en su
entorno cercano, en el país, la región, el continente y, finalmente, el
mundo.
- La biblioteca es mucho
más que un almacén de libros. La biblioteca debe proyectarse hacia las
personas, recibir a los usuarios que la visitan y satisfacerlos; pero
además tiene que salir a la calle, hacia quienes no la visitan y puede que
hasta la subestimen o les parezca demasiado imponente, encantarlos,
enamorarlos, atraerlos; de ahí que tenga tanto valor el trabajo de
extensión bibliotecaria.
- Junto con los cambios que
tienen lugar en cada época, y que afectan las maneras de leer, también
están obligadas a cambiar las bibliotecas y a encontrar nuevos modos de
acercar y ganar lectores; pero para eso los bibliotecarios tienen que leer
y conocer en profundidad tanto los fondos que posee la institución como
los intereses de los lectores o usuarios potenciales.
- En una situación de crisis y en el país que sea, los últimos lugares que cierran son los hospitales, las escuelas y las bibliotecas. En las escuelas estudian aquellos a los que tocará construir el país futuro, en los hospitales se cura a los enfermos y en las bibliotecas están los libros para investigar y estudiar cómo enseñar mejor y cómo curar las enfermedades. La biblioteca nunca cierra; está allí para que las preguntas más complejas puedan ser contestadas.
Esto que he
identificado como “lecciones” no son citas textuales, sino muy concentrados
resúmenes que abarcan largas conversaciones acerca de la profesión del
bibliotecario y del promotor cultural. Gocé del privilegio de tener el plan de
trabajo más envidiable que cualquiera pueda soñar: leer, pensar y organizar las
actividades que me pareciera que podían contribuir a desarrollar la profesión
bibliotecaria en el país. Me complace recordar que, como promotor de lecturas,
organicé conferencias sobre ciencia, lecturas de poetas, recitales de música,
exposiciones de artes plásticas, encuentros sobre la profesión, coloquios sobre
grandes escritores, cursos para promotores jóvenes e incluso escribí, y fue
publicado por la Biblioteca Nacional, un pequeño libro sobre promoción de la
lectura.
La
biblioteca sigue siendo mi espacio mágico favorito. Ojalá todo aquello que
aprendí, inspire a otros.
Post-data.
Rastreando
en Internet he encontrado un pequeño documento que contiene datos sobre la
Biblioteca Nacional de Leningrado, institución cultural extraordinaria de esta
ciudad que vivió 900 días de bloqueo por las tropas nazis. Titulado The
Years of the Greatg Patriotic War (1941-1945) (http://nlr.ru/eng/nlr/history/),
es parte de un artículo escrito para servir de introducción a un sitio web
dedicado a la biblioteca en cuestión donde se explica que los libros más
valiosos fueron evacuados y que varias de las salas fueron movidas hacia los
pisos bajos de la edificación para protegerlas de los bombardeos. Las
estadísticas, por su parte, muestran que durante los casi tres años de bloqueo
hicieron uso de los libros de la biblioteca 9 229 lectores (unos 10 diarios),
cifra que suma 42 597 para toda la guerra. Un dato especialmente interesante es
el que indica que en el invierno de 1941-1942 fueron prestados a hospitales y
unidades militares más de 10, 0000 libros.
Elena
Phillipovna Egorenko, directora de la institución por entonces, narró la
siguiente historia extraordinaria: cuando la electricidad se vio afectada, se
alumbraron con lámparas; cuando no hubo combustible para las lámparas, se
alumbraron con velas; cuando desapareció el abastecimiento de velas, un libro
del siglo XVI les enseñó cómo hacerlas; cuando incluso los materiales para esto
dejaron de existir, “tuvimos que retroceder al siglo X y solamente en esos
tiempos encontramos una fórmula para hacer velas con los materiales que sí
podíamos encontrar”. (Smith: 1948, p. 45)
Hemos
llegado a la poesía.
Bibliografía:
Smith, Jessica: People come first. New York: International Publishers, 1948, p.45.
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