Puedo
hacer una lista con mis series de televisión favoritas. Además de un
buen ejercicio de memoria, se trata de ese tipo de cosas que nos
permiten revivir momentos que nos han emocionado, capturado, sacudido,
desafiado, conducido a mirar la realidad de otra forma. A veces es un
mundo que desearíamos haber vivido, como sucede con las indestructibles
amistades de Friends; otras, ocurre todo lo contrario,
una realidad agresiva, cortante, se nos impone con su majestuosa
estructura de personajes y el carácter de uno de ellos, al estilo de
aquellos detectives provenientes de la tradición de la “novela negra”,
nos enamora como me ocurrió con The wire; en un tercer caso, el atractivo radica en la caracterización y actuación espectacular del protagonista, como es el caso de Monk;
en un cuarto, lo que impacta es el formidable despliegue de
imaginación, presentación de reinos imaginarios, el enrevesamiento de
las intrigas, la violencia y el choque de fuerzas propio de una serie
como la citada Juego de tronos; en un quinto ejemplo, lo que atrapa es la excepcionalidad absoluta del protagonista, como en Dr. House
o, en su reverso, la combinación de rutina hospitalaria, continuas
situaciones extremas y vidas personales de los personajes como en la
mítica Sala de urgencia. En un sexto caso es el juego
entre realidad y ficción, entre lo posible y lo imposible, secreto,
verdad, silencio, ciencia, perseverancia como en la extraordinaria Expedientes X.
La
lista podría crecer, pues todavía me gustaría dejar constancia de la
memoria de espectador agradecido cuando pienso en el impresionante
tejido de corrupción policial desarrollado en The shield,
donde también disfruté sobremanera con la fotografía; o el universo de
extraña mezcla de realidad e inexplicable fantasía que, episodio tras
episodio, nos ofreció Lost; o los hallazgos formales de 24 horas, con sus pantallas fragmentadas y una narrativa de acontecimientos simultáneos sucedidos a lo largo de un día, en un tour de force obediente a las más estrictas normas del suspenso y el montaje paralelo.
Nos
hemos convertido en consumidores de series televisivas. Las vemos, las
recomendamos, las comentamos, queremos saber más de quienes las
producen. Mientras que en el cine es dudoso que las audiencias conozcan
el nombre del productor de una película, en la televisión han alcanzado
resonancia mayor nombres como productores o creadores de series los de
Jerry Bruckheimer (CSI, Cold case, Sin rastro), J. J. Abrams (Lost, Person of interest, Revolution, Fringe, Alias), Jeff Davis (Criminal minds), Jeff Lindsay (Dexter) o Dick Wolf (La ley y el orden, Chicago Fire, Chicago P.D.)
¿Cómo
han conseguido las series televisivas ocupar tanto espacio en nuestras
vidas? ¿De qué nos hablan y cómo lo hacen? ¿Por qué nos atraen de
semejante manera? Esta deseo de investigar la producción, distribución,
interpretación y consumo de productos de la industria cultural ha
conducido, y demandado a la misma vez, a un refinamiento de los métodos y
procedimientos de investigación, procesamiento de datos y análisis con
la consecuente ganancia para la crítica y el pensamiento sobre la
televisión, el cine y, en general, la producción de imágenes. ¿De qué
nos hablan las series televisivas cuando nos convertimos en espectadores
leales? ¿Qué tienen que ver con nuestras vidas realidades aparentemente
ajenas?
En un libro publicado a inicios de la década, la
magnífica recopilación hecha por Miguel A. Pérez-Gómez para la
Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla y
titulada Previously On. Estudios interdisciplinarios sobre la ficción televisiva en la Tercera Edad de Oro de la Televisión
(2011) hay numerosas pistas que vale la pena atender. Las dos primeras
las tomo del “Prefacio” con el que Barbara Maio introduce la
recopilación; en su opinión los productos televisivos han alcanzado tal
calidad que, con más y más frecuencia, parecen definir la televisión
como algo mejor que el cine, además de ello, pese a tratarse la
televisión de un “contexto altamente industrializado”, varios autores
han conseguido mostrar una marca indentitaria como creadores en las
obras que para el medio realizan.
Para dar fe de lo último alcanza
citar como ejemplo, entre otras, las obras recientemente dirigidas para
la televisión por realizadores cinematográficos de primerísimo orden
como Steven Spielberg (Into the West, Taken) Martin Scorcese (Walking dead), Jane Campion (Top of the Lake), los hermanos Coen (True detective) o ese caso absolutamente excepcional de televisión elevada a la categoría de experimentalismo artístico que es Twin Peaks,
dirigida por David Lynch. A tal punto ha crecido la posibilidad de
presentar y producir proyectos complejos en la televisión que Jane
Campion, conocida por su largometraje El piano (1993), afirmó en entrevista para The Guardian
(22-07-2017) que encuentra mayor libertad creativa en la televisión que
en el cine y que, por eso: “Las personas verdaderamente listas
acostumbraban a filmar; ahora la gente realmente lista hace televisión.”
La
envoltura técnico-industrial de todo lo anterior incluye una numerosa y
diversa cantidad de factores que lo mismo apunta a la multiplicación de
los canales (luego de la llegada de la televisión por cable y de la
televisión digital), la ventaja del cable como canal de suscripción de
los usuarios en comparación con la dependencia de la televisión abierta
en relación con la publicidad, el arribo de la grabación y transmisión
en alta definición, el aumento del tamaño de la pantalla de los
receptores domésticos, la posibilidad de producir y de llegar hasta
audiencias más localizadas, más esta opción todavía nueva que son las
plataformas de vídeo online como HBO, Netflix o Amazon Prime, en las
cuales es posible elegir la que se desea ver entre centenares de series.
Todo esto ha contribuído a ese aumento de la calidad en las series
televisivas que se ha vuelto común identificar como insignia de la
llamada “Tercera Edad de Oro de la Televisión”.
Esa complejidad ha
propiciado la realización de series de televisión donde las historias
son más complejas, los personajes menos maniqueos, los límites de lo
representable más relajados y las técnicas empleadas más audaces. La
investigación y la crítica, por su parte, han desplegado un arsenal de
herramientas que permiten lecturas más profundas de la obra en pantalla;
la teoría feminista, la semiótica, la culturología, los estudios
subalternos, poscoloniales, sobre raza, sexualidad, masculinidades, etc.
nos ayudan a ver, escuchar, pensar y posicionarnos ante esos productos
televisivos que nos atraen cada vez más.
Bibliografía:
Pérez-Gómez, Miguel A. (Ed.) Previously On. Estudios interdisciplinarios sobre la ficción televisiva en la Tercera Edad de Oro de la Televisión. Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla: Sevilla, 2011.