viernes, 18 de octubre de 2019

Series televisivas y estudios académicos

Puedo hacer una lista con mis series de televisión favoritas. Además de un buen ejercicio de memoria, se trata de ese tipo de cosas que nos permiten revivir momentos que nos han emocionado, capturado, sacudido, desafiado, conducido a mirar la realidad de otra forma. A veces es un mundo que desearíamos haber vivido, como sucede con las indestructibles amistades de Friends; otras, ocurre todo lo contrario, una realidad agresiva, cortante, se nos impone con su majestuosa estructura de personajes y el carácter de uno de ellos, al estilo de aquellos detectives provenientes de la tradición de la “novela negra”, nos enamora como me ocurrió con The wire; en un tercer caso, el atractivo radica en la caracterización y actuación espectacular del protagonista, como es el caso de Monk; en un cuarto, lo que impacta es el formidable despliegue de imaginación, presentación de reinos imaginarios, el enrevesamiento de las intrigas, la violencia y el choque de fuerzas propio de una serie como la citada Juego de tronos; en un quinto ejemplo, lo que atrapa es la excepcionalidad absoluta del protagonista, como en Dr. House o, en su reverso, la combinación de rutina hospitalaria, continuas situaciones extremas y vidas personales de los personajes como en la mítica Sala de urgencia. En un sexto caso es el juego entre realidad y ficción, entre lo posible y lo imposible, secreto, verdad, silencio, ciencia, perseverancia como en la extraordinaria Expedientes X.
La lista podría crecer, pues todavía me gustaría dejar constancia de la memoria de espectador agradecido cuando pienso en el impresionante tejido de corrupción policial desarrollado en The shield, donde también disfruté sobremanera con la fotografía; o el universo de extraña mezcla de realidad e inexplicable fantasía que, episodio tras episodio, nos ofreció Lost; o los hallazgos formales de 24 horas,  con sus pantallas fragmentadas y una narrativa de acontecimientos simultáneos sucedidos a lo largo de un día, en un tour de force obediente a las más estrictas normas del suspenso y el montaje paralelo.

Nos hemos convertido en consumidores de series televisivas. Las vemos, las recomendamos, las comentamos, queremos saber más de quienes las producen. Mientras que en el cine es dudoso que las audiencias conozcan el nombre del productor de una película, en la televisión han alcanzado resonancia mayor nombres como productores o creadores de series los de Jerry Bruckheimer (CSI, Cold case, Sin rastro), J. J. Abrams (Lost, Person of interest, Revolution, Fringe, Alias), Jeff Davis (Criminal minds), Jeff Lindsay (Dexter) o Dick Wolf (La ley y el orden, Chicago Fire, Chicago P.D.)
¿Cómo han conseguido las series televisivas ocupar tanto espacio en nuestras vidas? ¿De qué nos hablan y cómo lo hacen? ¿Por qué nos atraen de semejante manera? Esta deseo de investigar la producción, distribución, interpretación y consumo de productos de la industria cultural ha conducido, y demandado a la misma vez, a un refinamiento de los métodos y procedimientos de investigación, procesamiento de datos y análisis con la consecuente ganancia para la crítica y el pensamiento sobre la televisión, el cine y, en general, la producción de imágenes. ¿De qué nos hablan las series televisivas cuando nos convertimos en espectadores leales? ¿Qué tienen que ver con nuestras vidas realidades aparentemente ajenas?

En un libro publicado a inicios de la década, la magnífica recopilación hecha por Miguel A. Pérez-Gómez para la Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla y titulada Previously On. Estudios interdisciplinarios sobre la ficción televisiva en la Tercera Edad de Oro de la Televisión (2011) hay numerosas pistas que vale la pena atender. Las dos primeras las tomo del “Prefacio” con el que Barbara Maio introduce la recopilación; en su opinión los productos televisivos han alcanzado tal calidad que, con más y más frecuencia, parecen definir la televisión como algo mejor que el cine, además de ello, pese a tratarse la televisión de un “contexto altamente industrializado”, varios autores han conseguido mostrar una marca indentitaria como creadores en las obras que para el medio realizan.

Para dar fe de lo último alcanza citar como ejemplo, entre otras, las obras recientemente dirigidas para la televisión por realizadores cinematográficos de primerísimo orden como Steven Spielberg (Into the West, Taken) Martin Scorcese (Walking dead), Jane Campion (Top of the Lake), los hermanos Coen (True detective) o ese caso absolutamente excepcional de televisión elevada a la categoría de experimentalismo artístico que es Twin Peaks, dirigida por David Lynch. A tal punto ha crecido la posibilidad de presentar y producir proyectos complejos en la televisión que Jane Campion, conocida por su largometraje El piano (1993), afirmó en entrevista para The Guardian (22-07-2017) que encuentra mayor libertad creativa en la televisión que en el cine y que, por eso: “Las personas verdaderamente listas acostumbraban a filmar; ahora la gente realmente lista hace televisión.”

La envoltura técnico-industrial de todo lo anterior incluye una numerosa y diversa cantidad de factores que lo mismo apunta a la multiplicación de los canales (luego de la llegada de la televisión por cable y de la televisión digital), la ventaja del cable como canal de suscripción de los usuarios en comparación con la dependencia de la televisión abierta en relación con la publicidad, el arribo de la grabación y transmisión en alta definición, el aumento del tamaño de la pantalla de los receptores domésticos, la posibilidad de producir y de llegar hasta audiencias más localizadas, más esta opción todavía nueva que son las plataformas de vídeo online como HBO, Netflix o Amazon Prime, en las cuales es posible elegir la que se desea ver entre centenares de series. Todo esto ha contribuído a ese aumento de la calidad en las series televisivas que se ha vuelto común identificar como insignia de la llamada “Tercera Edad de Oro de la Televisión”.

Esa complejidad ha propiciado la realización de series de televisión donde las historias son más complejas, los personajes menos maniqueos, los límites de lo representable más relajados y las técnicas empleadas más audaces. La investigación y la crítica, por su parte, han desplegado un arsenal de herramientas que permiten lecturas más profundas de la obra en pantalla; la teoría feminista, la semiótica, la culturología, los estudios subalternos, poscoloniales, sobre raza, sexualidad, masculinidades, etc. nos ayudan a ver, escuchar, pensar y posicionarnos ante esos productos televisivos que nos atraen cada vez más.

Bibliografía:
Pérez-Gómez, Miguel A. (Ed.) Previously On. Estudios interdisciplinarios sobre la ficción televisiva en la Tercera Edad de Oro de la Televisión. Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla: Sevilla, 2011.