miércoles, 27 de abril de 2016

"La tarea de liberar las palabras" (pensando en Marcuse)

 Llevo días pensando en unos fragmentos de Marcuse que me impactan desde que los leí por primera vez, del capítulo titulado “¿Un fundamento biológico para el socialismo?” en “Un ensayo sobre la liberación”, libro que hoy -con sus ya casi cuarenta años- me hace pensar en los cambios de realidad, o del mundo, a propósito de lo que percibíamos, creíamos o entendíamos en aquellos tiempos de cruda “guerra fría” y en relación a las maneras que hoy tenemos de manejar nuestro presente.

¿Qué significa ahora un llamado como el siguiente: “el análisis crítico de esta sociedad solicita nuevas categorías: morales, políticas, estéticas.”?

De las varias preguntas que pueden ser hechas a partir de aquí, extraigo unas pocas: ¿es necesario algún tipo de “análisis crítico” de la sociedad? ¿por qué y para quién? ¿qué es un “análisis crítico”? ¿después de que, a la altura de los 60’s del siglo pasado, Marcuse se sintiese necesitado de “nuevas categorías: morales, políticas, estéticas” para la tarea de realizar el “análisis crítico” de la sociedad, volvemos acaso a estar en el mismo punto? ¿qué cambió y qué no cambió?

La hábil operación de Marcuse fue -tomando como premisa la idea del capitalismo, en su etapa post-industrial, como reino del desborde de la mercancía y del derroche- desplazar la atención (mediante el despliegue de una suerte de “estructura de sentimientos”) hacia la manera en la que el consumidor experimenta esa abrumadora presencia de una mercancía “sentida” desde la óptica de su enormidad y cantidad; dicho de otro modo, extendiendo la noción de alienación (que en Marx está sobre todo situada en el momento de la producción) hacia el interior mismo de la acción de consumo.

Con semejante apoyo teórico el filósofo podía escribir hermosos párrafos como este, donde resuena el eco de grandes ideólogos de la transformación moral en épocas distintas:

“La categoría de la obscenidad nos servirá como introducción. Esta sociedad es obscena en cuanto produce y expone indecentemente una sofocante abundancia de bienes mientras priva a sus víctimas en el extranjero de las necesidades de la vida; obscena al hartarse a sí misma y a sus basureros mientras envenena y quema las escasas materias alimenticias en los escenarios de su agresión; obscena en las palabras y sonrisas de sus políticos y sus bufones; en sus oraciones, en su ignorancia, y en la sabiduría de sus intelectuales a sueldo.”

La obscenidad es, entonces, todo el extraordinario entramado simbólico que el poder real necesita para enmascarar el hecho de que, más allá del placer durante el acto de consumo (ya sea el momento efectivo o su rememoración después), la mercancía es tanto un vehículo, como un soldado, un espejo o una suerte de maqueta en la que podemos “leer” la destrucción.

¡Elegante espadachín!

Y bella la proposición o salida del punto dentro del cual nos ha colocado:

“La terapia lingüística -esto es, la tarea de liberar las palabras (y por tanto los conceptos) de la total distorsión de sus significaciones, operada por el orden establecido- exige el desplazamiento de los criterios morales (y de su validación), llevándolos desde el orden establecido hasta la revuelta contra él.”

Si de des-contaminar lenguajes de poder se trata, entonces es tarea que trasciende geografía y momento.

v.