Llevo días pensando en unos fragmentos de Marcuse que me impactan
desde que los leí por primera vez, del capítulo titulado “¿Un
fundamento biológico para el socialismo?” en “Un ensayo sobre la
liberación”, libro que hoy -con sus ya casi cuarenta años- me
hace pensar en los cambios de realidad, o del mundo, a propósito de
lo que percibíamos, creíamos o entendíamos en aquellos tiempos de
cruda “guerra fría” y en relación a las maneras que hoy tenemos
de manejar nuestro presente.
¿Qué significa ahora un llamado como el siguiente: “el análisis
crítico de esta sociedad solicita nuevas categorías: morales,
políticas, estéticas.”?
De las varias preguntas que pueden ser hechas a partir de aquí,
extraigo unas pocas: ¿es necesario algún tipo de “análisis
crítico” de la sociedad? ¿por qué y para quién? ¿qué es un
“análisis crítico”? ¿después de que, a la altura de los 60’s
del siglo pasado, Marcuse se sintiese necesitado de “nuevas
categorías: morales, políticas, estéticas” para la tarea de
realizar el “análisis crítico” de la sociedad, volvemos acaso a
estar en el mismo punto? ¿qué cambió y qué no cambió?
La hábil operación de Marcuse fue -tomando como premisa la idea del
capitalismo, en su etapa post-industrial, como reino del desborde de
la mercancía y del derroche- desplazar la atención (mediante el
despliegue de una suerte de “estructura de sentimientos”) hacia
la manera en la que el consumidor experimenta esa abrumadora
presencia de una mercancía “sentida” desde la óptica de su
enormidad y cantidad; dicho de otro modo, extendiendo la noción de
alienación (que en Marx está sobre todo situada en el momento de la
producción) hacia el interior mismo de la acción de consumo.
Con semejante apoyo teórico el filósofo podía escribir hermosos
párrafos como este, donde resuena el eco de grandes ideólogos de la
transformación moral en épocas distintas:
“La categoría de la obscenidad nos servirá como introducción.
Esta sociedad es obscena en cuanto produce y expone indecentemente
una sofocante abundancia de bienes mientras priva a sus víctimas en
el extranjero de las necesidades de la vida; obscena al hartarse a sí
misma y a sus basureros mientras envenena y quema las escasas
materias alimenticias en los escenarios de su agresión; obscena en
las palabras y sonrisas de sus políticos y sus bufones; en sus
oraciones, en su ignorancia, y en la sabiduría de sus intelectuales
a sueldo.”
La obscenidad es, entonces, todo el extraordinario entramado
simbólico que el poder real necesita para enmascarar el hecho de
que, más allá del placer durante el acto de consumo (ya sea el
momento efectivo o su rememoración después), la mercancía es tanto
un vehículo, como un soldado, un espejo o una suerte de maqueta en
la que podemos “leer” la destrucción.
¡Elegante espadachín!
Y bella la proposición o salida del punto dentro del cual nos ha
colocado:
“La terapia lingüística -esto es, la tarea de liberar las
palabras (y por tanto los conceptos) de la total distorsión de sus
significaciones, operada por el orden establecido- exige el
desplazamiento de los criterios morales (y de su validación),
llevándolos desde el orden establecido hasta la revuelta contra él.”
Si de des-contaminar lenguajes de poder se trata, entonces es tarea
que trasciende geografía y momento.
v.