Antes
de fallecer, mi papá padeció varios años de Alzheimer. Comenzó
todo con una salida a la calle, tres horas sin saber de él, un poco
de búsqueda por las más transitadas de las avenidas cercanas y
encontrarlo parado, solitario y confundido, en una esquina desde la
cual no se le ocurría hacia dónde continuar. Me dijo que no
reconocía el lugar (a pocas cuadras, en un sitio que conocía
perfectamente) y que podía leer la señalización con el nombre de
las calles, pero que las palabras no significaban nada para él.
Aquello había aparecido de pronto, de modo que llevaba casi las tres
horas en aquel sitio y en aquella soledad.
Más
tarde, a medida que la mente se deterioraba, me gusta recordarlo en
dos momentos. Uno, que me hacía reir, era cuando iba a visitarlo y
avisaba a la familia: “Oigan, venga, que ha llegado este señor
que... cómo se llama. Bueno, no sé, pero sé que es alguien
importante”. El amor tiene que ser ese cariño más allá de la
desintegración, como cuando fui a otra amiga igual con Alzheimer,
Albis, y cuando la señora que la cuidaba le preguntó: “¿Este es
tu amigo?”, Albis -quien para entonces ya no hablaba- alzó la
cabeza y, por un poco de segundos, toda sombra se despejó y sonreía
y sonreía con expresión infantil.
En
cuanto a mi padre, ese otro momento que recuerdo de manera especial
(dejo afuera los terribles) fue aquel cuando un día deseaba que yo
le encendiera el televisor, pero ya había olvidado las palabras y
entonces me decía “mira a ver ahí... mira a ver ahí”... hasta
que dió finalmente con una especie de atajo de sentido y elaboró
una metáfora impresionante: “abre el cristal que nos divierte”.
Han pasado años y me sigue conmoviendo la enorme cantidad de
algoritmos que una mente humana tiene que construir para, de este
modo, re-inventar la comunicación.
Todo
esto para decir que es una gran noticia la que encuentro en
“Newsweek” en español quien reproduce un artículo
-originalmente aparecido en “Science”- en el cual se lee que es
posible que el Alzheimer sea “el resultado del sistema inmune
alimentandose de conexiones cerebrales”. El nuevo descubrimiento,
hecho bajo el liderazgo de Beth Stevens en el Boston Children’s
Hospital, no sólo reorienta de manera radical la dirección de las
investigaciones sobre la enfermedad, sino que -según experimentos
hechos con ratones- tiene todas las trazas de al fin ponernos en el
camino correcto para atenuar o superar el embate de esta enfermedad
destructiva.
Hace
pocos días apareció otra noticia donde se afirma que, según
trabajos de Dheeraj Roy, investigador de MIT, es posible recuperar
memorias perdidas por la acción del Alzheimer. Dios quiera que la
ciencia vaya más rápido, más hondo, más preciso y ojalá llegue
ese futuro en el cual sean menos, o ninguno, los que tengan que pasar
por algo así.
(el
cristal que nos divierte)