domingo, 24 de abril de 2016

El cristal que nos divierte





Antes de fallecer, mi papá padeció varios años de Alzheimer. Comenzó todo con una salida a la calle, tres horas sin saber de él, un poco de búsqueda por las más transitadas de las avenidas cercanas y encontrarlo parado, solitario y confundido, en una esquina desde la cual no se le ocurría hacia dónde continuar. Me dijo que no reconocía el lugar (a pocas cuadras, en un sitio que conocía perfectamente) y que podía leer la señalización con el nombre de las calles, pero que las palabras no significaban nada para él. Aquello había aparecido de pronto, de modo que llevaba casi las tres horas en aquel sitio y en aquella soledad.
Más tarde, a medida que la mente se deterioraba, me gusta recordarlo en dos momentos. Uno, que me hacía reir, era cuando iba a visitarlo y avisaba a la familia: “Oigan, venga, que ha llegado este señor que... cómo se llama. Bueno, no sé, pero sé que es alguien importante”. El amor tiene que ser ese cariño más allá de la desintegración, como cuando fui a otra amiga igual con Alzheimer, Albis, y cuando la señora que la cuidaba le preguntó: “¿Este es tu amigo?”, Albis -quien para entonces ya no hablaba- alzó la cabeza y, por un poco de segundos, toda sombra se despejó y sonreía y sonreía con expresión infantil.
En cuanto a mi padre, ese otro momento que recuerdo de manera especial (dejo afuera los terribles) fue aquel cuando un día deseaba que yo le encendiera el televisor, pero ya había olvidado las palabras y entonces me decía “mira a ver ahí... mira a ver ahí”... hasta que dió finalmente con una especie de atajo de sentido y elaboró una metáfora impresionante: “abre el cristal que nos divierte”. Han pasado años y me sigue conmoviendo la enorme cantidad de algoritmos que una mente humana tiene que construir para, de este modo, re-inventar la comunicación.
Todo esto para decir que es una gran noticia la que encuentro en “Newsweek” en español quien reproduce un artículo -originalmente aparecido en “Science”- en el cual se lee que es posible que el Alzheimer sea “el resultado del sistema inmune alimentandose de conexiones cerebrales”. El nuevo descubrimiento, hecho bajo el liderazgo de Beth Stevens en el Boston Children’s Hospital, no sólo reorienta de manera radical la dirección de las investigaciones sobre la enfermedad, sino que -según experimentos hechos con ratones- tiene todas las trazas de al fin ponernos en el camino correcto para atenuar o superar el embate de esta enfermedad destructiva.
Hace pocos días apareció otra noticia donde se afirma que, según trabajos de Dheeraj Roy, investigador de MIT, es posible recuperar memorias perdidas por la acción del Alzheimer. Dios quiera que la ciencia vaya más rápido, más hondo, más preciso y ojalá llegue ese futuro en el cual sean menos, o ninguno, los que tengan que pasar por algo así.

(el cristal que nos divierte)