Sobre
pocos temas he leído más o empleado más horas de pantalla que a
propósito del Holocausto y el Gulag, ese par de extremos de la
vileza humana. Tanto nazismo como stalinismo -cada uno en su
estructura, intenciones y particularidad- terminaron actuando como
gigantescas maquinarias, entramados y puestas en escena de la
capacidad humana para la destrucción, física y espiritual, de
semejantes.
Anoche, cuando todavía era 27 de enero, celebración del Día Mundial de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, escribí un largo texto que de repente desapareció de la máquina mientras aparecía el inquietante pantallazo azul que avisa que has sufrido un crash grave.
En uno de los poemas que publiqué Stalin dialoga con el cráneo de Hitler; en otro se reproduce la célebre conversación entre Pasternak y Stalin a propósito de Mandelstan; en otro más es pensado el suicidio de Tsvetaieva; en otro más, después de años en el gulag, aparecen la madre de mi amiga Inta Ruka y sus compañeras de sufrimiento; en otro, que llevo años componiendo, mi padre me lleva a la toma del Palacio de Invierno y terminamos, desesperadamente buscando el calor de una hoguera improvisada, en un lejano paisaje helado de la geografía de gulag.
Me obsesiona la lenta deriva hacia las pesadillas sociales, el tejido de la monstruosidad infiltrando las vidas, las mentes, las consecuencias futuras de todo eso, las cicatrices, el doloroso camino de la cura, la posibilidad de abandonar la escala humana cuando -en pos de la idea que sea- es convocado el infierno para que ocupe el sitio de la Tierra.
No en vano uno de mis poemarios lleva como título “El maquinista de Auschwitz”.
Por cierto que ayer, y esa es la justificación para el homenaje, se cumplieron 71 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por las tropas del Ejército Rojo. Y entonces, con todo esto revolviéndome la cabeza, he recordado uno de los momentos más conmovedores de los últimos tiempos, en el Centro Hebrero Sefaradí de Cuba.
Primero, el impacto de pasar por la puerta del lugar y leer la invitación a ver la exposición titulada “Recordamos. El Holocausto y la creación de una comunidad viva”, organizada gracias a la colaboración del Instituto de la Fundación Shoah de la USC y el Centro Simon Wiesenthal.
La exposición, en una rápida sucesión de imágenes, acompañadas de de muy certeros comentarios, nos conduce por un recorrido que empieza con la toma del poder por Hitler y atraviesa por la infame “Noche de los Cristales Rotos”, las deportaciones de judíos y la implantación de la denominada “Solución Final”, la insurrección del ghetto de Varsovia y la liberación de los que alcanzaron a sobrevivir en los campos de concentración para -en una suerte de narrativa paralela- agregar los comienzos de la presencia judía en Cuba, narrar el momento de esplendor de dicha comunidad en el país y concluir con su estado presente, el cual es definido como de “renacimiento”.
Fue en este segundo conjunto donde encontré la frase conmovedora que reproduzco a continuación:
“Nunca hubo antisemitismo en Cuba. Del tipo que sabemos... nunca. Es que en Cuba ni siquiera saben lo que significa el antisemitismo. Un cubano no lo sabe. Usted le dice que es antisemita, y le preguntará qué cosa es eso.”
Aron Radlow Givner
Al crear una realidad nueva el Holocausto creó, también, una responsabilidad nueva. No puedo ser judío de un campo de concentración como tampoco puedo ser preso en el gulag, ni asesinado en Cambodia, ni Tutsi macheteado, ni esclavo echado al mar desde un barco negrero, muerto en el cepo o despedazado por perros.
Sin embargo, si consigo vivir sin que estas experiencias de dolor humano sean partes de mí, entonces, como enseña el texto bíblico, “nada valgo”. O sea, que el desafío del encuentro con el otro es transformarme en aquello que bien sé que no puedo ser; o sea, abandonar la seguridad que el Yo me brinda y abrirme a transformaciones durante el contacto con esa masa de dolor, esperanza y posibilidades de un mundo nuevo donde se extienda la curación y no haya espacio para la repetición del horror.
Dejo aquí algunas fotos que tomé de la exposición y también la dirección en la que se encuentra el archivo en pdf sobre ésta:
http://sefaradicuba.com/.../files/documentopaginas/expo.pdf
Por cierto que en el lugar trabaja, desde hace años, uno de mis compañeros de las escuelas primaria y secundaria, Jaime Rafael Cheni Camps.
Un abrazo, Jaime.
Y también para los amigos Arturo López-Levy, Esther Shapiro y José Kozer.
Anoche, cuando todavía era 27 de enero, celebración del Día Mundial de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, escribí un largo texto que de repente desapareció de la máquina mientras aparecía el inquietante pantallazo azul que avisa que has sufrido un crash grave.
En uno de los poemas que publiqué Stalin dialoga con el cráneo de Hitler; en otro se reproduce la célebre conversación entre Pasternak y Stalin a propósito de Mandelstan; en otro más es pensado el suicidio de Tsvetaieva; en otro más, después de años en el gulag, aparecen la madre de mi amiga Inta Ruka y sus compañeras de sufrimiento; en otro, que llevo años componiendo, mi padre me lleva a la toma del Palacio de Invierno y terminamos, desesperadamente buscando el calor de una hoguera improvisada, en un lejano paisaje helado de la geografía de gulag.
Me obsesiona la lenta deriva hacia las pesadillas sociales, el tejido de la monstruosidad infiltrando las vidas, las mentes, las consecuencias futuras de todo eso, las cicatrices, el doloroso camino de la cura, la posibilidad de abandonar la escala humana cuando -en pos de la idea que sea- es convocado el infierno para que ocupe el sitio de la Tierra.
No en vano uno de mis poemarios lleva como título “El maquinista de Auschwitz”.
Por cierto que ayer, y esa es la justificación para el homenaje, se cumplieron 71 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz por las tropas del Ejército Rojo. Y entonces, con todo esto revolviéndome la cabeza, he recordado uno de los momentos más conmovedores de los últimos tiempos, en el Centro Hebrero Sefaradí de Cuba.
Primero, el impacto de pasar por la puerta del lugar y leer la invitación a ver la exposición titulada “Recordamos. El Holocausto y la creación de una comunidad viva”, organizada gracias a la colaboración del Instituto de la Fundación Shoah de la USC y el Centro Simon Wiesenthal.
La exposición, en una rápida sucesión de imágenes, acompañadas de de muy certeros comentarios, nos conduce por un recorrido que empieza con la toma del poder por Hitler y atraviesa por la infame “Noche de los Cristales Rotos”, las deportaciones de judíos y la implantación de la denominada “Solución Final”, la insurrección del ghetto de Varsovia y la liberación de los que alcanzaron a sobrevivir en los campos de concentración para -en una suerte de narrativa paralela- agregar los comienzos de la presencia judía en Cuba, narrar el momento de esplendor de dicha comunidad en el país y concluir con su estado presente, el cual es definido como de “renacimiento”.
Fue en este segundo conjunto donde encontré la frase conmovedora que reproduzco a continuación:
“Nunca hubo antisemitismo en Cuba. Del tipo que sabemos... nunca. Es que en Cuba ni siquiera saben lo que significa el antisemitismo. Un cubano no lo sabe. Usted le dice que es antisemita, y le preguntará qué cosa es eso.”
Aron Radlow Givner
Al crear una realidad nueva el Holocausto creó, también, una responsabilidad nueva. No puedo ser judío de un campo de concentración como tampoco puedo ser preso en el gulag, ni asesinado en Cambodia, ni Tutsi macheteado, ni esclavo echado al mar desde un barco negrero, muerto en el cepo o despedazado por perros.
Sin embargo, si consigo vivir sin que estas experiencias de dolor humano sean partes de mí, entonces, como enseña el texto bíblico, “nada valgo”. O sea, que el desafío del encuentro con el otro es transformarme en aquello que bien sé que no puedo ser; o sea, abandonar la seguridad que el Yo me brinda y abrirme a transformaciones durante el contacto con esa masa de dolor, esperanza y posibilidades de un mundo nuevo donde se extienda la curación y no haya espacio para la repetición del horror.
Dejo aquí algunas fotos que tomé de la exposición y también la dirección en la que se encuentra el archivo en pdf sobre ésta:
http://sefaradicuba.com/.../files/documentopaginas/expo.pdf
Por cierto que en el lugar trabaja, desde hace años, uno de mis compañeros de las escuelas primaria y secundaria, Jaime Rafael Cheni Camps.
Un abrazo, Jaime.
Y también para los amigos Arturo López-Levy, Esther Shapiro y José Kozer.