Yo
era un estudiante del 10o. grado en la Secundaria Básica "Felipe
Poey Aloy", conocida -por sus viejos títulos- como la "Escuela
Anexa a la Universidad de la Habana" y nuestro campamento era ya
tradición que fuese el nombrado "La Cachimba", en Guira de
Melena.
De
entre todos los trabajos posibles uno de los más envidiables era el
sembrado de "naranjas California" que atendía un obrero
agrícola al que decían "El Ronco".
Además
de exigente, gran conocedor que nos explicaba todo de la naranja, le
gustaba conversar con el pequeño grupo que sólo llegaba allí
después de él haberlo seleccionado.
Aquella
vez, no sé cómo, la conversación cayó en la eterna cuestión
cubana de las diferencias políticas; tal vez porque el Ronco nos
contó que él, creo que recordar que desde los 14 años, se había
incorporado a hacer Revolución y entonces alguno de nosotros le debe
haber preguntado que si había pasado lo mismo con el resto de la
familia.
Nos
dijo que en la casa aquello había sido un terremoto, porque una
mitad apoyó el nuevo proceso y la otra tomó distancia o se opuso.
En particular narró una pelea, en mitad de una comida, entre él
mismo y uno de los hermanos mayores.
El
Ronco era un contador típico, de esos que mantenía en vilo a la
audiencia de adolescentes, mientras describía cómo las cosas habían
ido subiendo de tono, el silencio del resto de los presentes, la
comida enfriándose, el padre -siguiendo la tradición- en un extremo
de la mesa, presidiendo y, finalmente, cómo el padre se levantó y
le partió la nariz de un puñetazo a nuestro impulsivo héroe.
"En
esta casa no se discute de política", dijo el viejo y puso a
ambos hermanos a darse abrazo y al más violento, que había sido el
Ronco, con nariz rota y todo, a sentarse a la mesa y compartir.
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Me
atrae la idea, cuando un año comienza, de compartir esta memoria de
hace cuarenta porque se me ocurre qué pudiera suceder cuando dejemos
de contemplar sin descalificación y sin odio.
Hace
algunos años mi amigo Alan West me invitó a participar del trabajo
de edición de una enciclopedia sobre cultura, historia y sociedad
cubana desde los orígenes hasta el presente; un esfuerzo donde la
intención era brindar un panorama transnacional de toda esta
enormidad y diversidad.
Tomé
el trabajo con tanta seriedad que buena parte de la visión que he
perdido en años recientes lo debo a la cantidad de horas leyendo en
la pantalla de la computadora, casi siempre con mala iluminación;
sin contar que la suma de café y cigarros, hasta que tuve que
abandonar ambos, me hicieron enorme daño también.
Pero
yo soñaba con mostrar -en paralelo, al mismo tiempo que, en conexión
con y también más allá de los enconamientos políticos después de
1959- lo que me parecía más extraordinario y fascinante: la manera
de ser construída una cultura nacional, sus desarrollos en el
tiempo, sus diálogos con el mundo, el heroísmo de su preservación
en condiciones de diáspora, sus potencialidades desde al
auto-reconocimiento del tercermundismo y la condición
sub-desarrollada, sus diversos desarrollos en la contemporaneidad.
Toda
esta suma de contrarios, que en no pocas ocasiones conducía hacia
direcciones encontradas, transformaba el esfuerzo en una especie de
campo de batalla donde tocaba desviar lo mismo invectivas que
elogios, o simples superficialidades que impedían ver la obra de
muchos centenarses de miles de hombres y mujeres, a lo largo del
tiempo, y en geografías diversas, luchando para tener un país y
alimentar y potenciar una cultura.
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Y,
¿si en el inicio de año me propongo una anti-utopía o distopía
unitiva porque, a fin de cuentas, dónde está "Utopía"
hoy? Es decir, ¿dónde está ese "lugar que no existe"? ¿Y
si pensamos la cultura cubana como una inmensidad donde coe-xisten,
con-versan, inter-actúan, se encuentran, caminan generaciones de la
Isla y sus micro-localizaciones diaspóricas?
Poetas,
inventores, dramaturgos, narradores, críticos, pintores, cineastas,
médicos, arquitectos, académicos, urbanistas, economistas,
coreógrafos, filósofos, informáticos, ingenieros, empresarios,
líderes religiosos, deportistas, maestros...
¿Qué
se necesita para algo así? ¿Un museo de nuevo tipo, enciclopedia,
serial televisivo, curso en las escuelas, orientados a propiciar el
re-aprender colectivo, la alegría y el orgullo?
Algún
tipo de instrumento en donde sea posible re-conocer no una parte o
fragmento, sino acceder -de modo inmediato- a un mapa global e
interactivo de la totalidad, el conjunto.
Se
asemeja a la paciente reunión de las fichas de un rompecabezas
gigantesco, tan extendido como el último
conductor-consumidor-creador de cultura nacional que encontremos.
Y
detrás, como telón de fondo, la obligación de encajar todas estas
fichas en ese algo mayor que es la experiencia humana.
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Ahora
que miro hacia atrás, caigo en la cuenta de lo extraordinario y
absurdo de los encadenamientos... ¿Qué iba a imaginar el Ronco, y
yo mucho menos, tanto tiempo más tarde, las derivaciones por las que
todavía influye una nariz rota.