domingo, 24 de abril de 2016

Lo que me enseñó "El ronco":

1 de enero · 



Yo era un estudiante del 10o. grado en la Secundaria Básica "Felipe Poey Aloy", conocida -por sus viejos títulos- como la "Escuela Anexa a la Universidad de la Habana" y nuestro campamento era ya tradición que fuese el nombrado "La Cachimba", en Guira de Melena.
De entre todos los trabajos posibles uno de los más envidiables era el sembrado de "naranjas California" que atendía un obrero agrícola al que decían "El Ronco".
Además de exigente, gran conocedor que nos explicaba todo de la naranja, le gustaba conversar con el pequeño grupo que sólo llegaba allí después de él haberlo seleccionado.
Aquella vez, no sé cómo, la conversación cayó en la eterna cuestión cubana de las diferencias políticas; tal vez porque el Ronco nos contó que él, creo que recordar que desde los 14 años, se había incorporado a hacer Revolución y entonces alguno de nosotros le debe haber preguntado que si había pasado lo mismo con el resto de la familia.
Nos dijo que en la casa aquello había sido un terremoto, porque una mitad apoyó el nuevo proceso y la otra tomó distancia o se opuso. En particular narró una pelea, en mitad de una comida, entre él mismo y uno de los hermanos mayores.
El Ronco era un contador típico, de esos que mantenía en vilo a la audiencia de adolescentes, mientras describía cómo las cosas habían ido subiendo de tono, el silencio del resto de los presentes, la comida enfriándose, el padre -siguiendo la tradición- en un extremo de la mesa, presidiendo y, finalmente, cómo el padre se levantó y le partió la nariz de un puñetazo a nuestro impulsivo héroe.
"En esta casa no se discute de política", dijo el viejo y puso a ambos hermanos a darse abrazo y al más violento, que había sido el Ronco, con nariz rota y todo, a sentarse a la mesa y compartir.
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Me atrae la idea, cuando un año comienza, de compartir esta memoria de hace cuarenta porque se me ocurre qué pudiera suceder cuando dejemos de contemplar sin descalificación y sin odio.
Hace algunos años mi amigo Alan West me invitó a participar del trabajo de edición de una enciclopedia sobre cultura, historia y sociedad cubana desde los orígenes hasta el presente; un esfuerzo donde la intención era brindar un panorama transnacional de toda esta enormidad y diversidad.
Tomé el trabajo con tanta seriedad que buena parte de la visión que he perdido en años recientes lo debo a la cantidad de horas leyendo en la pantalla de la computadora, casi siempre con mala iluminación; sin contar que la suma de café y cigarros, hasta que tuve que abandonar ambos, me hicieron enorme daño también.
Pero yo soñaba con mostrar -en paralelo, al mismo tiempo que, en conexión con y también más allá de los enconamientos políticos después de 1959- lo que me parecía más extraordinario y fascinante: la manera de ser construída una cultura nacional, sus desarrollos en el tiempo, sus diálogos con el mundo, el heroísmo de su preservación en condiciones de diáspora, sus potencialidades desde al auto-reconocimiento del tercermundismo y la condición sub-desarrollada, sus diversos desarrollos en la contemporaneidad.
Toda esta suma de contrarios, que en no pocas ocasiones conducía hacia direcciones encontradas, transformaba el esfuerzo en una especie de campo de batalla donde tocaba desviar lo mismo invectivas que elogios, o simples superficialidades que impedían ver la obra de muchos centenarses de miles de hombres y mujeres, a lo largo del tiempo, y en geografías diversas, luchando para tener un país y alimentar y potenciar una cultura.
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Y, ¿si en el inicio de año me propongo una anti-utopía o distopía unitiva porque, a fin de cuentas, dónde está "Utopía" hoy? Es decir, ¿dónde está ese "lugar que no existe"? ¿Y si pensamos la cultura cubana como una inmensidad donde coe-xisten, con-versan, inter-actúan, se encuentran, caminan generaciones de la Isla y sus micro-localizaciones diaspóricas?
Poetas, inventores, dramaturgos, narradores, críticos, pintores, cineastas, médicos, arquitectos, académicos, urbanistas, economistas, coreógrafos, filósofos, informáticos, ingenieros, empresarios, líderes religiosos, deportistas, maestros...
¿Qué se necesita para algo así? ¿Un museo de nuevo tipo, enciclopedia, serial televisivo, curso en las escuelas, orientados a propiciar el re-aprender colectivo, la alegría y el orgullo?
Algún tipo de instrumento en donde sea posible re-conocer no una parte o fragmento, sino acceder -de modo inmediato- a un mapa global e interactivo de la totalidad, el conjunto.
Se asemeja a la paciente reunión de las fichas de un rompecabezas gigantesco, tan extendido como el último conductor-consumidor-creador de cultura nacional que encontremos.
Y detrás, como telón de fondo, la obligación de encajar todas estas fichas en ese algo mayor que es la experiencia humana.
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Ahora que miro hacia atrás, caigo en la cuenta de lo extraordinario y absurdo de los encadenamientos... ¿Qué iba a imaginar el Ronco, y yo mucho menos, tanto tiempo más tarde, las derivaciones por las que todavía influye una nariz rota.