domingo, 24 de abril de 2016

Alberto Abreu



Me atrae, lo mismo que imán, la siguiente frase de Martí: «Creo en el fuego y en el movimiento». Creo en lo generatriz y creativo, en la inquietud, la duda y las preguntas, en el tortuoso esfuerzo para intentarlas responder. Me gusta cuando, donde quizás se espera y asegura que no, que nada sucederá, algo repentino ocurre: el fuego y el movimiento.
De todos los autores cubanos del presente, uno de los más inquietos y explorador (me parece que fuerzo el uso de la palabra, más alcanza con que se le entienda) es el ensayista Alberto Abreu Arcia quien -además de autor de primera línea dentro del género- ha sido de los pocos escritores que en la Isla mantienen un blog, en su caso dedicado al pensamiento crítico en los ámbitos de las luchas contra el racismo y la discriminación, así como por la igualdad racial y en cuanto a las opciones y prácticas sexuales que cada quien decida.
Aunque el nombre del blog directamente hace pensar en la discriminación de las personas de raza negra, «Afromodernidades» es el título, los temas que interesan a Abreu abarcan -además de los señalados- problemas de la historia literaria cubana, así como sobre la acción del intelectual en la esfera pública.
La afromodernidad es la combativa postura del sujeto subalterno, post-colonial, post-esclavista que se apodera y de-construye la teoría, la desarma y re-utiliza para comprenderse a sí mismo, al mundo en el cual habita y luchar por la justicia para todos.
El más reciente post de A. Abreu es un díptico que termina con la promesa de continuar y que, de modo global, se titula «Soy, me pienso y hablo como homosexual negro». El ejercicio de auto-etnografía con el que empieza el primero de los artículos merece ser destacado por todo lo que nos deja entrever respecto a cuanto olvidamos al pretender hacer crítica social:
«Hace poco un amigo (para más señas homosexual y blanco, a quien en este texto llamaré J., a secas) me preguntó si no me había fijado en la ostentación tan agresiva que hacen los homosexuales negros, iletrados y de procedencia humilde de su identidad sexual. Hecho que él atribuyó al entorno marginal en el que se desenvolvían la mayoría de ellos. La necesidad de sobrevivir, como maricones, en un ámbito familiar y barrial de códigos muy propios y cerrados. Donde el lenguaje corporal y verbal, tan primitivo y rudo, (propios de la normativa masculina hegemónica que impera en esos espacios) con llevan a estrategias y modos de solidaridad, negociación y pertenencia muy diferentes al que se desenvuelven la mayoría de los homosexuales blancos. En este medio, más que en ningún otro, “la debilidad” devalúa y es una ofensa a la machanguería.
Confieso que, en un inicio, la observación de J. me pareció simple y estereotipada. Entonces, volví la vista hacia el grupo que conversaba en una esquina cerca de nosotros. Claro que l@s conocía desde hace tiempo, justo de allí, de “la zona”. Las veces que coincidíamos en la pasarela, a diferencia de otr@s pájaras discretas y modositas, solía sentirme cómodo entre ell@s, seducido por una rara empatía. En cambio ell@s, al principio, me miraron con recelo y luego, después de compartidas ciertas complicidades propia de los espacios de ligue, el recelo y aquella manera de responder a mis palabras contorsionando los músculos del rostro hasta volverlo en una mueca, expresión tan común en las mujeres afrodescendientes, “no me pongas cara de negra vieja”, fue desplazado por el respecto que atribuía de una diferencia generacional, aunque casi siempre, tras mediar una discusión, cualquier@ de ell@s, dijera como advirtiéndole al resto del grupo: “Esta negra no es como ustedes, ell@ es una negra que tiene preparación.»
Ayer escribí un mensajae para Abreu donde, como simple lector, agradecí la existencia de su texto y lo felicité en particular por ese párrafo «donde introduces unidas las variables raza, homosexualidad y pobreza para obligar a que lector vea esa otra realidad: la parte realmente ardiente de la sexualidad... (...) ... hay una hermosa ternura indefensa, sufrimiento y humildad y cariño y respeto en estas simples líneas que uno casi que escucha: «... cualquier@ de ell@s, dijera como advirtiéndole al resto del grupo: “Esta negra no es como ustedes, ell@ es una negra que tiene preparación”.»
A decir verdad, no escribí «homosexualidad», sino una palabra más íntima para la cual Facebook no es sitio.
Si hoy, en la mañana, puse una pequeña nota acerca de un negador de Martin Luther King Jr., ahora me gustaría enlazar el trabajo de Abreu con uno de las figuras más destacadas entre los que acompañaron al célebre lider de la lucha por los derechos civiles. Me refiero a Bayard Rustin quien -hacia fines de los 80 del pasaado siglo- dijo: «Veinticinco, treinta años atrás, el barómetro de los derechos humanos en los Estados Unidos era la gente negra. Esto no es cierto ya. El barómetro para juzgar ela posición de una persona respecto a los derechos humanos son ahora aquellos que se consideran ellos mismos gays, homosexuales, lesbianas.»
La contundente idea expresada aquí por Rustin en modo alguno se refiere a que la discriminación haya desaparecido, como bien sabemos que no es y a diario recibimos pruebas duras que nos confirman la permanencia, sino que fue capaz de avizorar, desde bien temprano, el surgimiento de un nuevo tipo de sociabilidad (lo que hoy entendemos como «corrección política») dentro de la cual es posible ser, a la misma vez, exquisitamente cortés, aparentemente amigable, superficialmente correcto y profundamente racista.
«The new «niggers» are gay», el polémico discurso de Rustin en 1986, nos lo aclara al señalar que la raíz del problema radicaba en que, después de lo conseguido en aquella etapa de la lucha por los derechos civiles, ya nadie se atrevía a decir de manera pública lo que sí estaba dispuesto a decir (el derecho que se permitía negar) a propósito de los homosexuales. O sea, que hoy -aunque únicamente sea en el nivel de la apariencia- es posible actuar como un hipotético sujeto no-racista y sí como un homófobo salvaje. Tal y como expresara Rustin en aquella ocasión: «El barómetro para el cambio social se mide seleccionando al grupo que es más maltratado.»
Por eso, enlazando dos épocas, circunstancias y personas, vale la pena leer ese blog que escribe Alberto Abreu.



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