Me
atrae, lo mismo que imán, la siguiente frase de Martí: «Creo en
el fuego y en el movimiento». Creo en lo generatriz y creativo, en
la inquietud, la duda y las preguntas, en el tortuoso esfuerzo para
intentarlas responder. Me gusta cuando, donde quizás se espera y
asegura que no, que nada sucederá, algo repentino ocurre: el fuego
y el movimiento.
De
todos los autores cubanos del presente, uno de los más inquietos y
explorador (me parece que fuerzo el uso de la palabra, más alcanza
con que se le entienda) es el ensayista Alberto Abreu Arcia quien
-además de autor de primera línea dentro del género- ha sido de
los pocos escritores que en la Isla mantienen un blog, en su caso
dedicado al pensamiento crítico en los ámbitos de las luchas
contra el racismo y la discriminación, así como por la igualdad
racial y en cuanto a las opciones y prácticas sexuales que cada
quien decida.
Aunque
el nombre del blog directamente hace pensar en la discriminación de
las personas de raza negra, «Afromodernidades» es el título, los
temas que interesan a Abreu abarcan -además de los señalados-
problemas de la historia literaria cubana, así como sobre la acción
del intelectual en la esfera pública.
La
afromodernidad es la combativa postura del sujeto subalterno,
post-colonial, post-esclavista que se apodera y de-construye la
teoría, la desarma y re-utiliza para comprenderse a sí mismo, al
mundo en el cual habita y luchar por la justicia para todos.
El
más reciente post de A. Abreu es un díptico que termina con la
promesa de continuar y que, de modo global, se titula «Soy, me
pienso y hablo como homosexual negro». El ejercicio de
auto-etnografía con el que empieza el primero de los artículos
merece ser destacado por todo lo que nos deja entrever respecto a
cuanto olvidamos al pretender hacer crítica social:
«Hace
poco un amigo (para más señas homosexual y blanco, a quien en este
texto llamaré J., a secas) me preguntó si no me había fijado en
la ostentación tan agresiva que hacen los homosexuales negros,
iletrados y de procedencia humilde de su identidad sexual. Hecho que
él atribuyó al entorno marginal en el que se desenvolvían la
mayoría de ellos. La necesidad de sobrevivir, como maricones, en un
ámbito familiar y barrial de códigos muy propios y cerrados. Donde
el lenguaje corporal y verbal, tan primitivo y rudo, (propios de la
normativa masculina hegemónica que impera en esos espacios) con
llevan a estrategias y modos de solidaridad, negociación y
pertenencia muy diferentes al que se desenvuelven la mayoría de los
homosexuales blancos. En este medio, más que en ningún otro, “la
debilidad” devalúa y es una ofensa a la machanguería.
Confieso
que, en un inicio, la observación de J. me pareció simple y
estereotipada. Entonces, volví la vista hacia el grupo que
conversaba en una esquina cerca de nosotros. Claro que l@s conocía
desde hace tiempo, justo de allí, de “la zona”. Las veces que
coincidíamos en la pasarela, a diferencia de otr@s pájaras
discretas y modositas, solía sentirme cómodo entre ell@s, seducido
por una rara empatía. En cambio ell@s, al principio, me miraron con
recelo y luego, después de compartidas ciertas complicidades propia
de los espacios de ligue, el recelo y aquella manera de responder a
mis palabras contorsionando los músculos del rostro hasta volverlo
en una mueca, expresión tan común en las mujeres
afrodescendientes, “no me pongas cara de negra vieja”, fue
desplazado por el respecto que atribuía de una diferencia
generacional, aunque casi siempre, tras mediar una discusión,
cualquier@ de ell@s, dijera como advirtiéndole al resto del grupo:
“Esta negra no es como ustedes, ell@ es una negra que tiene
preparación.»
Ayer
escribí un mensajae para Abreu donde, como simple lector, agradecí
la existencia de su texto y lo felicité en particular por ese
párrafo «donde introduces unidas las variables raza,
homosexualidad y pobreza para obligar a que lector vea esa otra
realidad: la parte realmente ardiente de la sexualidad... (...) ...
hay una hermosa ternura indefensa, sufrimiento y humildad y cariño
y respeto en estas simples líneas que uno casi que escucha: «...
cualquier@ de ell@s, dijera como advirtiéndole al resto del grupo:
“Esta negra no es como ustedes, ell@ es una negra que tiene
preparación”.»
A
decir verdad, no escribí «homosexualidad», sino una palabra más
íntima para la cual Facebook no es sitio.
Si
hoy, en la mañana, puse una pequeña nota acerca de un negador de
Martin Luther King Jr., ahora me gustaría enlazar el trabajo de
Abreu con uno de las figuras más destacadas entre los que
acompañaron al célebre lider de la lucha por los derechos civiles.
Me refiero a Bayard Rustin quien -hacia fines de los 80 del pasaado
siglo- dijo: «Veinticinco, treinta años atrás, el barómetro de
los derechos humanos en los Estados Unidos era la gente negra. Esto
no es cierto ya. El barómetro para juzgar ela posición de una
persona respecto a los derechos humanos son ahora aquellos que se
consideran ellos mismos gays, homosexuales, lesbianas.»
La
contundente idea expresada aquí por Rustin en modo alguno se
refiere a que la discriminación haya desaparecido, como bien
sabemos que no es y a diario recibimos pruebas duras que nos
confirman la permanencia, sino que fue capaz de avizorar, desde bien
temprano, el surgimiento de un nuevo tipo de sociabilidad (lo que
hoy entendemos como «corrección política») dentro de la cual es
posible ser, a la misma vez, exquisitamente cortés, aparentemente
amigable, superficialmente correcto y profundamente racista.
«The
new «niggers» are gay», el polémico discurso de Rustin en 1986,
nos lo aclara al señalar que la raíz del problema radicaba en que,
después de lo conseguido en aquella etapa de la lucha por los
derechos civiles, ya nadie se atrevía a decir de manera pública lo
que sí estaba dispuesto a decir (el derecho que se permitía negar)
a propósito de los homosexuales. O sea, que hoy -aunque únicamente
sea en el nivel de la apariencia- es posible actuar como un
hipotético sujeto no-racista y sí como un homófobo salvaje. Tal y
como expresara Rustin en aquella ocasión: «El barómetro para el
cambio social se mide seleccionando al grupo que es más
maltratado.»
Por
eso, enlazando dos épocas, circunstancias y personas, vale la pena
leer ese blog que escribe Alberto Abreu.