domingo, 24 de abril de 2016

Mi (visita de) Obama

16 de marzo · Boston · 


Poco más de once millones de cubanos viviendo “adentro” y otros dos habitando las más variadas geografías del planeta (lo mismo nacidos en la Isla que dispuestos a identificarse como con-nacionales) equivalen en número a la cantidad de versiones que entre todos tenemos de la próxima visita al país del presidente Barack Obama.
Los editores de OnCuba aceptaron publicarme este artículo que a continuación comparto. Había dejado estas palabras y el link, para si alguien se interesaba en leer el texto, más considerando las particulares condiciones de in-conexión cubanas, quizás sea mejor tener aquí el artículo. De cualquier modo, bajo está el link, de modo que igual puede seguirse a revisar OnCuba, que bien vale la pena.

Mi (visita de) Obama

Hace pocos días, a la salida de la reunión que -como otro de los pasos previos, introductorios y preparatorios de la inminente visita del Presidente Obama a Cuba- el Asesor de Seguridad Nacional, Ben Rhodes, sostuvo con diversos líderes del anti-castrismo militante en Miami, uno de los asistentes manifestó su sorpresa al comprobar el nivel de información que Rhodes demostró poseer sobre la realidad cubana.
En todo caso, de la reunión mencionada, se confirma el esquema (dentro del equipo político Obama) de un proyecto de presencia articulado en cuatro ejes principales: el aumento de las oportunidades para cualquier iniciativa en el sector de las telecomunicaciones que signifique mayor conectividad con el exterior para el cubano de a pie; la creación de espacios que sirvan para el estímulo e incremento de la pequeña empresa privada (en todo el abanico de eso que se ha vuelto común llamar “emprendedores” en paralelo a una suerte de “relación de descuido” (equivalente a ignorar) en lo que toca a los contactos con el aparato productivo estatal); la transformación de la concepción y postura oficiales cubanas acerca de los denominados “derechos humanos” y el aprovechamiento de la oportunidad (espectacular e inédita después de 1959) de que un Presidente de los Estados Unidos hable directamente al pueblo cubano.
Casi al mismo tiempo, esta vez como parte del artículo titulado “Ningún analista serio en EEUU apoya los programas de “promoción de la democracia” para Cuba”, de Rosa Miriam Elizalde, escribe la autora: “Obama debería restaurar y ampliar lo que funcionó en el pasado. Descontaminar los programas de democracia. Organizaciones legítimas de la sociedad civil de Estados Unidos podrían forjar lazos con sus homólogos cubanos. Ellos, generalmente, conocen mejor que el gobierno lo que los cubanos necesitan para construir un futuro mejor. Por ejemplo, los bibliotecarios estadounidenses pueden pedir a sus homólogos cubanos listas de libros necesarios y, con una subvención de EE.UU., comprarlos, de modo que los jóvenes cubanos puedan obtener la información que necesitan.”
Otra vez, desde otro punto de vista -entre complementario y adyacente- la gran pieza de intercambio es la información; préstese atención a que el fragmento se refiere a una circulación de flujos donde los cubanos, en especial los jóvenes, obtienen lo que necesitan, presuntamente para sus estudios.
II
Hace años, cuando Barack Obama fue electo como Presidente de los Estados Unidos, escribí un breve artículo (que, a falta de mejor opción, distribuí entre amigos/colegas y compartí en Facebook) en el cual trataba de explicar(me) algunos significados implícitos en la llegada de este nuevo Presidente y por qué ello revelaba una flexión en las dinámicas políticas del vecino norteño.
Es simpático imaginar que hace apenas un año, mientras estaba en los Estados Unidos invitado por una de entre las miles de universidades de ese país, me tocó intervenir en un panel que derivó hacia el frontal ataque al Presidente Obama por todo lo que había prometido y luego no había cumplido (muy especialmente en lo referido a las políticas migratorias).
Como la realidad es más extraña y sorprendente que cualquier ficción, y como todavía se encontraba tan cerca ese día que ha quedado en los titulares como “el 17-D”, me pidieron -como cubano “de la Isla”- que ofreciese mi opinión acerca del Presidente Obama. Y es que, cuando viajas, no puedes evitar “ser” más que tú mismo, ya que arrastras la carga de la representación (por mucho que en determinados momentos no lo desees o te agobie) del país del cual procedes; por tal motivo, aún cuando no tengas credencial de politólogo, esperan de ti un juicio “experto” pues, a fin de cuentas, has vivido tu vida entera (nací en 1960) en el interior del conflicto entre Cuba y los Estados Unidos.
Entonces dije que, poniendo a un lado el hecho de mi diminuta significación para el orden de las cosas, con todas las diferencias, del tipo que fueran, que pudiese tener con el presidente Obama, eternamente le iba a agradecer el extraordinario gesto de tratarme como una persona a la cual se quiere cambiar (acompañando ello con la quiebra de la ideología que la persona practica y la finalización del sistema político que defiende o en el cual, simplemente vive) en lugar de como a un animal dañino al que es imperioso y preferible aplastar, aunque en el momento quizás sólo se le pueda aislar.
Además, durante las varias ocasiones en las que había visitado los Estados Unidos, había conocido muchas personas de buena voluntad que -desde las posturas ideológicas más diversas y sin condicionamientos- asumían riesgos por expresar o dar muestras concretas de su voluntad de ayudar a proyectos en Cuba. Lo principal aquí es la frase “sin condicionamientos” y el gesto de Obama abría un espacio para estas personas y actitudes, pues ya no se verían obligadas a actuar y concebir sus proyectos de ayuda o colaboración en contra de la línea política del Presidente de la nación. En este sentido, para mí, Obama era la encarnación de la posibilidad de existencia de una relación diferente entre ambos países y comunidades humanas.
III
Cuando el 20 de marzo aterrice en la Habana el Presidente Obama no sólo va a ser aquel de su proyecto, seguido por el equipo de trabajo, sino que igualmente lo harán tantas versiones de él como la cantidad de cubanos que andan por el mundo y también las que corresponden a los muchos millones que siguen con atención el tema Cuba.
Obama, va a protagonizar, atendiendo a la resonancia potencial, uno de los grandes momentos de la Historia contemporánea, la ocasión de grabar una marca profunda, estremecedora y duradera, de disponer de una audiencia que de manera enorme supera los pequeños doce millones de cubanos; una convulsión.
Y es en este sentido, curiosamente, de modo absurdo y enteramente inesperado, se va a repetir para él la oportunidad de colocarse adentro de una frase que nunca nadie creyó que serviría para una circunstancia como la que en esa visita ocurrirá: “... más grande que nosotros mismos”. O sea, la frase que Fidel Castro pronunció a propósito de la Revolución será tecnicamente aplicable a una situación de signo bien diferente, pues igual aquí esta será la oportunidad de crear algo más grande que quienes lo impulsan.
Como hacedor de cultura que soy, me interesa tomar mis dos ejemplos iniciales y decir(me) que -luego de años de mutuas construcciones devaluadoras- ambos grupos humanos del conflicto entre Cuba y los Estados Unidos necesitamos algo tan simple y absoluto como es humanizarnos.
El Presidente trae consigo lo mejor de su país: su extraordinario desarrollo de la ciencia, sus extraordinarios luchadores por la igualdad, su apabullante fuerza económica, su mundo material de realizaciones únicas, pero también sus dolores, batallas presentes, su arrogancia y hegemonismo.
La visita de Obama es un impulso para que nos atrevamos al conocimiento mutuo, pero en tales dimensiones o cantidad de hervor que todavía no podemos imaginar, porque el paso, cambio, salto, es tal, que ya no se va a tratar más de esperar a que los estamentos institucionales realicen la digestión de esto o aquello (esta o aquella propuesta), sino que la presencia de la primera autoridad del país vecino es una suerte de inyección de electricidad para que se multipliquen (dentro del absoluto de la sociedad) estas iniciativas para la más amplia y variada cantidad de contactos.
En esto nuevo que vendrá las acciones de signo cultural, educativo, creativo, religioso, comunitario, marcadas por intereses de raza, orientación sexual u otras no pueden sino ir ganando más espacio cada vez y, de esa manera, remodelando la sociedad cubana a la vez que ofreciendo información continua sobre su transformación, absorbiendo y devolviendo información, abriendo de modo progresivo caminos para el diálogo.
No es otra la razón por la cual, en lugar contentarse con firmar el documento que oficializa la relación y con dar el apretón de manos que en estos casos se espera para que todo quede eternizado en las fotos de rigor, vendrá y se presentará en Cuba. A todas luces esto ha sido cuidadosamente calculado siguiendo la lógica e imaginando los efectos que puede ejercer un liderazgo no a distancia, sino sobre el terreno.
En este punto, si uno recuerda los conocidos slogans nacionales del “predicar con el ejemplo” es más que sorprendente el sentido multidireccional del gesto obamista que habla a varios interlocutores a la vez; lo mismo a la clase política estadounidense (a la que, de modo implícito, le pide que lo siga), que a los doce millones de cubanos (a quienes tiene en suspenso y algún mensaje les presentará), que a las dirigencias de la Isla (con quienes afirma seguir teniendo diferencias radicales), que para los cubanos del exilio/diáspora (con quienes comparte zonas esenciales de ideología y algunas de cuyas posiciones defiende como propias).
La potencialidad del gesto en el nivel de lo simbólico es la de absorber todas estas fuerzas contradictorias y elaborar, entregar, dejarnos un producto nuevo; es decir, lo que nunca ha sucedido (la visita de un Presidente en ejercicio de los Estados Unidos después del año 1959), no sólo es ello mismo un cambio en la realidad, sino que contiene la posibilidad de generar algo nuevo. Por tal motivo mencioné antes la frase célebre “más grande que nosotros mismos” y ahora la otra “predicar con el ejemplo”, para explicar por qué la visita es un gesto tremendamente revolucionario, en términos artísticos diríase que “vanguardista”, aunque su contenido no lo sea.
Lo más interesante y el mayor desafío que puede derivarse de lo anterior es que entonces tendríamos que ser todos los actores sociales quienes –con nuestras acciones orientadas al mayor conocimiento y contacto entre las comunidades- dotemos de contenido al gesto.
IV
Vivo en La Habana muy cerca del stadium de pelota, donde se espera que Obama asistirá al juego de exhibición del equipo de Grandes Ligas Tampa Bay. Llevo varios meses fuera de Cuba y los de mi familia me cuentan del ajetreo de las brigadas arreglando; “se parece al Yanquee Stadium”, dice un amigo, en broma, “pero tú sabes que eso es par de cuadras, después de ahí: ¡la candela!”.
Así mismo es. Hay cuatro centavos para gastar y el escenario es el Cerro, que se cae a pedazos. “Hay que tener cuidado, no sea que a Obama se le ocurra pegarse a una pared”, respondo al amigo aludiendo a nuestra larga tradición de terminar cosas el día anterior a su inauguración, por lo cual las abrimos con la pintura todavía fresca.
Y me doy cuenta de que, aunque se trata de una descabellada fantasía, sería interesante construir el guión. Pues si gran parte de la retórica alrededor de esta visita está, como casi todo y siempre, en “el pueblo”, entidad abstracta de la cual todos aseguran ser y sentirse representantes legítimos, ¿qué mejor oportunidad que, simplemente, desviarse unos metros, mandar el protocolo al demonio, y caminar unos cientos de metros Cerro adentro, en busca de lo caliente, lo verdadero y entonces preguntar?
Porque ese sí que va a ser “el pueblo” en estado puro, sin mediadores o manejadores políticos de ninguna de las especies. Y preguntar: ¿qué piensan de esta visita? ¿Qué esperan de este contacto? ¿Qué quisieran que ocurra más allá? ¿Qué les disgusta y qué desean cambiar de este mundo en el que viven? ¿Qué quieren, del lado opuesto, conservar?
Y sentarse a escuchar.
No la respuesta que complace, que buscamos oír e insistimos hasta tenerla enfrente y entonces nos despedimos satisfechos (pues así confirmamos lo que, antes de llegar al lugar, ya estábamos seguros de saber); o la otra, que a todas luces ha sido programada y ensayada al punto de que resuena como los artilugios mecánicos, falsa; sino esa tercera respuesta que –como los lanzamientos imbateables– viene, a toda velocidad, por el medio de home. No se dedica a defender, no se dedica a demonizar, habla de la vida en sus cosas mejores y peores, alcanzadas y por alcanzar.
No puedo hablar por otro, pero –en mi caso– es esa la respuesta que me interesa: la que hace pensar.